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Las pinzas

Por 4 de marzo de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

Un utensilio como son las pinzas para la depilación connota inmediatamente con lo pequeño, lo delicado,  lo recóndito,  lo intrusivo, lo preciso y lo de inteligencia superior. Su correspondencia con la morfología de un  insecto y su relación con la cirugía, redondean su prestigio práctico y su exclusividad funcional.

Las pinzas son, necesariamente, para extraer algo más o menos intrincado, sea por su posición, sea por su confusa y difícil distinción entre elementos parecidos o de la misma especie.

En esencia la pinza, al actuar, debe guiarse por el amo que dirime primero y al que debe obedecer estrictamente después. De este modo escogerá lo que ha de ser extraído, arrancado, eliminado y se lanzará sobre su presa  con el carácter unívoco de un ataque feroz.

 Quietas, a solas, descuidadas,  las pinzas se observan como objetos  más inútiles que cualquier otro adminículo similar pero es porque ningún otro instrumento que no sea las pinzas reproduce con mayor vehemencia la tensión de hallarse preparada para intervenir  y porque, en efecto, esta postura en tensión, sostenida indefinidamente, transmite una sensación entre el ridículo y la desazón.

 Siempre listas para funcionar, prestas en todo momento para recibir la orden del amo, su vida soporta una enorme cantidad de horas en guardia, siempre más que cualquier otro vecino de su cajón o de su estuche. No son por ello herramientas calificables de segundo orden.

Por el contrario, las pinzas realizan un trabajo que ninguna otra pieza iguala ni remeda con una mínima precisión. Tratándose, además de la depilación de las cejas, por ejemplo, su intervención comporta una enorme responsabilidad porque no se trata solamente de amputar sino que su aplicación conlleva diseñar, dibujar, perfilar el ojo.

Nadie, con suficiente criterio, puede ser capaz de menospreciar unas buenas pinzas. Poseen, sin duda, el crédito  superior de la sanidad pero esa aura benéfica que se acentúa por el brillante prestigio de la alta cirugía  persiste cuando las pinzas son capaces de extraer una astilla o un indeseable vello dentro del espacio casero.

Llegar a ese perfecto resultado que procura el uso de las pinzas  es imposible mediante el recurso a otros medios que no son ellas. Las pinzas son, por excelencia,  una unidad irrepetible e irreplicable. Forma parte de la suprema clase de objetos que el paso de la historia no ha alterado su diseño y la razón sencilla es que ningún otro concepto logró superar su originaria composición y prestación. De este modo, no tener unas pinzas en casa equivale a una gran carencia y, a menudo, a una falta desoladora.

Podrá discutirse que esa gran desolación no proviene directamente de las pinzas ausentes pero la impotencia que efectivamente crea su falta lleva a la desesperación.  Contra la fealdad de un vello en un patente lugar del rostro, contra el martirio de una espina en un dedo, contra el desasimiento que sufren no pocas mujeres deseando la depilación, las pinzas dan una respuesta eficaz y completa.

 Y tanto más cuanto de mayor calidad son. O mejor: así como puede pensarse en ahorrar respecto a unas tijeras, unos coloretes o un rimel, la pinza no admite ninguna mezquindad. Justamente su necesidad de precisión, su tino y su eficiencia se hallan directamente asociadas con arrancar ese vello y no otro, deshacer esa excrecencia y no otra, acertar  sin error en el cubículo de la astilla y morder el extraño elemento de que se trate con un vigor igual al de una dentellada que jamás pierde la presa a la que ha orientado su ataque. Las pinzas mejores forman parte del ajuar real. O no hay ajuar real sino imaginario si las pinzas, por caras que parezcan, no forman parte de él.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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