Vicente Verdú
En mi vida pasada, raramente encontré aliciente en salir con otros matrimonios si no venían formados por alguna mujer que me atrajera. Las cenas de parejas amigas sin la sal o el azúcar de un punto sentimental clandestino restaban mucha amenidad al encuentro y, más bien, con el paso de los años y no necesariamente muchos, tendían a adquirir un carácter mortecino que, sin embargo desaprecia en el momento en que alguna de las mujeres -nuevas o renovadas- conseguía despertar mi interés masculino que, por otra parte, para ser más completo requería la sospecha celosa de su marido. En el equilibrio de suscitar celos y no agrandarlos demasiado, o en la liza de jugar con la insinuación sin trastornar la tertulia, empleaba la mejor parte de mis energías porque, como alternativa, el recurrente tema de las charlas, las bromas conocidas, las tabarras políticas o las críticas sobre otros conocidos, transformaban las veladas en un fastidio del que deseaba abstenerme o escapar. Y tanto más cuanto veía que las esposas disfrutaban más que los hombres al comunicarse mientras nosotros decaíamos en la conversación. Sólo el posible cruce de alguna mirada con aquella mujer elegida me ayudaba a conllevar las vulgares opiniones de mis contertulios en el área de la masculinidad.
Los varones constituían la garantizada pesadilla del programa, pero todavía podían empeorar un grupo de buenas esposas sin ninguna atracción para mí, circunstancia que experimentaba un vuelco cuando en el grupo relucía una mujer bella, inteligentemente provocadora o provocadoramente recatada en su misteriosa timidez. En esos trances, no vivía sino para que a lo largo de la reunión tuviera lugar algún suceso, por encubierto que fuera (debía ser, además, atinada y convenientemente encubierto) para comprometer, aún levemente, la convencionalidad de la situación y la reputación de los respectivos papeles. ¿Estaba haciendo planes de seducción constantemente? Efectivamente. No reconozco ningún periodo de mi vida de otro modo. Y todavía, vanamente, sueño con la imposible prolongación.