Vicente Verdú
Vigilar y castigar eran los dos términos que Foucault usaba para empezar el retrato del poder. Nos vigilan y nos castigan. Nos vigilan y nos castigan con la mera vigilancia. Nos castigan y nos marcan definitivamente como seres inconfundibles para ser observados en el futuro.
El recorrido de la existencia social atraviesa una calle donde las miradas del poder, un poder dividido en miles de ojos, nos unta y acribilla. Nos mata, finalmente.
Nos mata finalmente mediante la humedad de la muerte ocular pero, entretanto, estando vivos la profusión de los impactos sancionadores van saciando nuestro depósito íntimo. Nos sancionan y nos modifican. Nos hacen figuras de observación o muñecos sometidos al poder omnímodo.
Un poder que, precisamente es tal, tan omnímodo, porque no se ve.
La invisibilidad del poder le excluye de la vigilancia, la imposibilidad de vigilarle le libra de cualquier condena, la imposibilidad de atraparlo desarrolla su extraordinaria expansión. Finalmente, una fortaleza se erige en nuestro entorno. Una auténtica penitenciaría.
Uno a uno, los ciudadanos, habitan el patio de ese recinto con infinidad de torres vigías, incontables carceleros, torturadores de la vigilancia perpetua antes incluso de llegar a la celda. Carceleros o celadores feroces de los constantes panópticos que componen cárceles y hospitales, iglesias, universidades, ejércitos y escuelas.
Ser vigilado desde afuera, sin saber dónde se encuentra, ese punto óptico hace que inesperadamente por deslizamiento de lo que no se sabe desde donde ve, el sujeto se sienta todo él un objetivo. Un objetivo en lugar de un subjetivo capaz de pugnar contra el objeto. Un objetivo que, a la fuerza, su totalidad llega a ser un surtido de pupilas. Él mismo, abrumado de vigilancia, crea en su interior una pupila. La pupila que resulta del gran coito del ojo absoluto que todo lo ve sobre el último frunce que parecería libre de su incursión. La última y tenebrosa vagina que tampoco quedará exenta de la aguja luminosa que la percibe.
El bien o el mal. La buena o la mala persona se cincela mediante el arte de la mirada criminal. La mirada del vacío o el viento.