Vicente Verdú
Algunas personas padecemos de indecisión y la necesaria decisión se nos presenta como un martirio. No significa que queramos seguir un dictamen para ahorrarnos el titubeo sino que el titubeo, como el balbuceo, forma parte del organismo y ni es dulce, ni extirpable, ni ejemplar. Los indecisos suscitamos en nuestro alrededor personal un baraja de dudas que en exposición, arracimadas o sobrevolando son como una nube de insectos dañinos y necesariamente feos.
El indeciso, además, no se redime al tomar una decisión y otra, aun terminantes, puesto que su carácter fundamental le lleva siempre a dudar de lo decidido y no averiguar de qué modo podría actuar más adelante parta acertar y curarse. El caso de las personas decididas al lado hace que el indeciso se sienta como en un mundo de carriolas. Un mapa donde su senda apropiada debe trazarla con enorme fatiga y temeridad a cada paso.
¿Por qué unas personas lo tiene tan claro y otras tan oscuro? No hay más respuesta que la obviedad de las determinantes diferencias. Unas diferencias que si al decidido le llevan a exasperarse ante el que no lo es, al indeciso lo convierten en un mendigo de la virtud de los determinados. ¿Cuestión de valentía? ¿Cuestión de lucidez?. Ninguna de las dos cuestiones salda la cuestión.
El indeciso lo es desde el nacimiento a la muerte de modo que sólo en las contadas ocasiones en que ve algo claro, se aboca volcánicamente hacia aquello. Los indecisos son así vacilantes pero también, a menudo, violentamente caprichosos puesto que el capricho sería su excepcional y explosiva guía. O también podría decirse que si la decisión pasara por las luminarias del encaprichamiento, el caprichoso indeciso, se hallaría esporádicamente salvado.
La voluntad de decidir no se adquiere pero, ciertamente, la capacidad para elegir movido por una fuerte ilusión tan fuerte como pasajera, compensa la carencia del sujeto.
¿Sujeto? Por entender la relación que sujeta el eje de las buenas decisiones suspiraría quien por ser tan indeciso vive la libertad de elección como un tormento y el tormento en una vergonzosa forma de ser.