Vicente Verdú
La consecuencia radical de la democracia a más de dos siglos de su instauración política consiste en que todo derecho individual, incluido el conocimiento, debe disfrutarse por igual. La demanda de transparencia -política, social, sexual, financiera- es su correlato.
La exasperada demanda de transparencia en todos los ámbitos se corresponde con la ansiedad de saber de todo tanto como el que más, puesto que si aquél potentado, aquella autoridad, aquel consejo, conoce más de algo, sean las cuentas, los procesos, las tendencias, será una "información privilegiada" y, lo que es lo mismo, antidemocrática. Perseguible por la ley.
Instruidos como ciudadanos democráticos, nacidos entre los pañales de esa ideología, encarnados en la carne de la democratización, cualquier cosa que no posea esta blanca naturaleza será rechazado visceralmente, expulsado como un tóxico o escupido como un mal esencial.
La paradoja, no obstante, se alza precisamente ahora cuando habiéndose extendido la democracia como nunca la cantidad de conocimiento sigue manteniéndose estancada y con la sensación de ir incrementando tanto su peso y su tamaño como su invisibilidad.
La proclama de la igualdad de oportunidades, la enseñanza universal, el acceso de la totalidad a los estudios, la presencia de páginas y páginas de libre disposición en internet con informaciones múltiples ha sido una ficción más de distribución del saber. Las empresas, como ahora alguna Caja de Ahorros, escenifican en la radio, con lenguaje sencillo, las razones que les han conducido a tomar dinero público para solventar la crisis o mejorar su situación. Ofrecen esta información teatralizada para representar literalmente la transparencia. El tiempo publicitario transcurre, acaba y el resto de la emisión prosigue su sonsonete. El radioescucha que ha atendido el anuncio se queda entonces en la misma oscuridad que en el instante anterior. O en otra aún más turbia porque si los banqueros se han afanado en la detallada construcción de ese anuncio, ¿qué indefinibles problemas no habrán de padecer?
Cada noticia más sobre la crisis añade más inseguridad que sosiego. ¿No decir, por tanto, nada? La conciencia democrática lo rehúsa terminantemente a pero, de otro lado, ¿cómo no reconocer en el anhelo informativo una tensión y cansancio crecientes que desembocan en la claudicación? ¿Cómo leer los informes, dentro y fuera de la red, los editoriales y análisis innumerables o cómo prestar oídos a tantas declaraciones, definiciones, conferencias, parlamentos de cumbres y pronunciamientos final? ¿Cómo ordenar, discernir, entender? ¿Cómo saber? El mundo siempre fue obstinadamente complejo pero nunca lo fue tanto como cuando la investigación se propuso obtener su explicación? La tensión por conocer entresijos, causas y consecuencias, proporciones y soluciones a la crisis, genera una insuperable fatiga que como efecto abate el interés? La democracia regalada tiende siempre a ser barata y abaratarse más y entre sus saldos se incluye la toxicidad de la información y el low cost de la comprensión? Cuando la democracia se vive como algo natural ¿no será lo natural el estilo de la Naturaleza que jamás se interroga por su enfermedad, su muerte o por su ser?
En resumidas cuentas, el lema radica en el no saber. La época que más énfasis pone en el mito de la transparencia coincide con el tiempo en que más incomoda el abuso de información. Como consecuencia, tratando de lograr su bienestar particular, nadie sabe realmente nada. No sólo la orgía del fracaso escolar aumenta cada día, no sólo el desapego por el saber forma parte gozosa del espíritu del tiempo, no sólo se desea parecerse a los hermosos animales ajenos a las crisis financieras. La información fundamental (privilegiada) no puede saborearse y el difundido saber democrático nos sabe mal. Pero, de otra parte, ¿soportaríamos la complejidad de lo real? Muy probablemente llegaría a anonadarnos, allanarnos, subordinarnos. Y, de este modo, el bucle fatal se cierra. De individuos nacidos iguales y bautizados por el sistema democrático, pasamos a súbditos endemoniados, roídos por el problema ininteligible. ¿Queremos de verdad saber? ¿Deseamos, de verdad, esta vindicación democrática, tan inquietante y ardua, a la insuperable paz de sentirnos víctimas?