Vicente Verdú
Quien espera no siempre desespera, según repite el refrán. Más bien la posibilidad de esperar algunos acontecimientos favorables contribuye a incrementar su ilusión de que el objeto querido sobrevenga.
Posee la espera, además, una naturaleza tan importante y frágil como autónoma y yerra quien cree que acortando el plazo previsto mejora el resultado. La espera de un reencuentro amoroso, por ejemplo, se frustra de forma tan dura como extraña si la reunión sobreviene anticipadamente. La espera posee una felicidad propia que de este modo se reduce o arruina.
Se perjudica, por ejemplo, la ansiosa espera de un regalo si el obsequio se precipita, como atropelladamente, sin sentido. Toda espera constituye un significativo patrimonio que acumulando deseo promueve el mérito simbólico y real de lo que se reciba.
De este modo, una abreviatura del preámbulo, desvaloriza el suceso eximio y así en las funciones de cine o de teatro, en los conciertos o en los actos públicos, la espera del público opera como un caudal. El retraso excesivo la corrompería pero un improvisado acortamiento lo desacreditaría. Podríamos telefonear antes al amante que prometimos la llamada a una determinada hora pero, muy a menudo, la prisa por cumplir antes la promesa perjudica gravemente su éxtasis. Y, simplemente porque la espera abrillanta lo distante y aún ausente, el encanto de lo que todavía es ideal no habiéndose producido.