Vicente Verdú
A la manera en que se presentan los primeros indicios de una enfermedad o las pistas de felicidad en vísperas de un reencuentro, la pulsión hacia pintar tira del cuerpo y de la cabeza, del pecho y del cerebro hacia la relación con el lienzo. Este tirón, además, nace con una promesa de gozo que responde a una carencia. ¿A una carencia de gozo?’ Evidentemente puesto que la recompensa se halla a unos pasos y todavía no se han recorrido. Esta distancia es la carencia. Pero también la promesa de gozo tiene que ver exactamente con la satisfacción de una droga que si un momento antes no pasó por la mente ahora no hace sino establecer su fantasma sobre el deseo y el deseo no parece obedecer a ninguna reclamación presente. Es así la comezón de pintar una sintomatología parecida al absentismo en la adicción y aunque menos intensa es, sin embargo, más plácida. En ella se advierte su mandato pero se trata de un mandato sin efectos secundarios sino que por el contrario todo se presenta bueno (salvo fracasos) en el proceso que ha desencadenado esta ansiedad del pensamiento. El pensamiento que opera como un ser vivo y deseante y vivo y sanador (santificante) a propósito de que su impulsión sobreviene para ofrecer un plus de vida feliz, una dosis agregada sin desventaja alguna. Ser pintor de nuevo gracias a la llamada de la pintura es como convertirse en un yo mejor y ajeno a un tiempo. Yo pintando y pintando el yo que nos admira sobre todo porque hace de nuestra presencia una ausencia y de la ausencia del cuadro una presencia admirada. No en donde yo me reconozco sino precisamente en la que yo traspaso la frontera entre mi conocimiento y el otro conocimiento inabarcable, inexplicable, indescifrable del yo pintor. Esa oportunidad de descasar de sí en un lugar desconocido. Ese lugar que es en sí el gran espacio donde descansar. Deshacerse del propio cansancio a la vez que desvestirse del yo y, en su lugar, contemplar el asombro de una obra sin fatiga que se hace y deshace a su antojo un segundo y ajeno yo, aquél que no somos continuadamente y sólo de vez en cuando nos visita altruistamente, alternamente, alteramente, desde un invisible lugar ilocalizable lugar que en nada podría ser mi residencia habitual, mi domicilio. O es, exactamente, mi soñado exilio.