Vicente Verdú
Quienes son aficionados a la música, me hacen ver el fin de la canción del verano. Hace varios veranos que no presto demasiada atención a la existencia o no de esa melodía pero suponía que se hallaba viva a partir de los revivals de la televisión o la radio que, de vez en cuando, en estos meses han transmitido secuencias de las canciones emblemáticas de otros años y a cuyos compases se enamoraban millones de veraneantes en cada uno de los diferentes países.
¿Con qué ritmos semejantes se enamoran hoy? La respuesta está en el aire. La contestación llega desde el variado surtido de melodías que se descargan en el Ipod desarrollando una tendencia creciente que se orienta hacia el modelo insólito de un tema particular por cada pareja.
No habrá pues canción del verano, ni paella colectiva, ni verbenas relevantes donde saltar a la vez dentro de un mismo amor colectivo.
Lo decisivo será el interior de la pareja sazonado con la mitología de haber importado una música y una letra que sólo comparten en cuanto dúo fundido en su pasión inalienable.
Cada amor diferente tendría su diferencia bailable, cada relación vivirá la ilusión de la singularidad de su lenguaje y de su ritmo. Pero ¿y el jolgorio de verse arracimados bajo un mismo himno de verano? ¿Es posible que esa especie de patriotismo romántico de toda la vida haya desaparecido o se halle en fatídica decadencia?