Vicente Verdú
La anarquía (ahora en Grecia) va poniéndose de moda y la moda es ya el tsunami de nuestra civilización. Ni nuevos líderes fuertes que hagan frente al desconcierto, ni mesías salvíficos (Lenin, Roosevelt, Hitler) que traigan con su carisma el milagro de la redención. El mundo es ya más horizontal que vertical, más rizomático que piramidal y la salida a este caos – en caso de que exista antes de que el caos convierta en nada lo preexistente- procederá acaso de la anarquía.
Anarquía y epidemia (o moda) son términos con el mismo gen: no poseen fin ni finalidad concreta, se extienden para destruir el poder establecido. Y, en su extremo (sea la anarquía, la epidemia o la moda), para anonadar: hacer de lo antiguo lo contagiado y de la autoridad su máximo detrimento. En los pecios, como en las basuras, parece insinuarse el desenlace de la situación. Al exceso de liquidez se responde con masas de liquidez a mares. Al primer embate de lo disoluto se responde con el aumento de líquidos sin tasa. Todos nadamos y nos ahogamos, bebemos e implosionamos en la pérdida de consistencia de la inversión productica, en el océano de la indeterminación o la desconfianza global. ¿Más liquidez para invertir? Más dinero líquido para invertir… sólo en liquidez, el elemento básico y unánime. El mundo atemorizado, hasta hace poco por la inundación que provocaría la colosal fundición del hielo polar se halla inmerso (nunca mejor dicho) en la misma razón letal: la desaparición mediante la anegación.