Vicente Verdú
Salvo circunstancias excepcionales, un mismo equipo de gobierno, sea del signo que sea, no debiera seguir en el poder más de cuatro años, que ya es una eternidad.
Imaginar, nada más imaginar, que el mediocre conjunto de estos ministros y ministras, con su inconsistente Presidente a la cabeza, vuelva a ocupar la escena tras las próximas elecciones de marzo, constituye una terrible penitencia que no merecemos. Ni deseamos como electores.
Cabe suponer que algunos o muchos ministros sean sustituidos pero contando con lo visto y oído no hay fundadas esperanzas de que los mejoren si, como está garantizado, su presidente continúa siendo el mismo y gesticulando de ese modo.
Del desatino presidencial en la elección de cargos y candidatos, de proyectos, leyes y estrategias, hemos padecido tantas pruebas seguidas que la probabilidad de brillantes aciertos en el futuro tiende fatalmente a cero. Pero, por encima de todo ello, la perspectiva de volver a soportar como Presidente a un señor tan poco agraciado para la política, la sociedad, la comunicación y el confort, convierte el futuro en un espacio de mal gusto. No se trataría tanto de que venga otro partido a reemplazar el preexistente –visto lo visto- como que el presidente se reemplazara, sin excusas, a sí mismo y no volviéramos a verlo ni en pintura.
Los nacionalistas decían en tiempos de Aznar que sus posiciones se habían radicalizado como reacción al PP reaccionario. Ahora los nacionalistas se han envalentonado hasta el independentismo total e irreductible ante la aburrida flacidez de Zapatero. Hacía mucho tiempo que la amenaza del terrorismo no se ha había enconado tanto y precisamente como respuesta al burdo talante conciliador que, sin tino, le brindaba este Presidente tan grácil como un papel mojado. Fin pues de esta tortura presidencial. Lo menos que un profesional debe mostrar para seguir en un puesto es facultad para gestionarlo correctamente. Zapatero ha errado lo bastante como para hacer saber universalmente que sus equivocaciones no son circunstanciales sino fundamentales y que, como sucede en otros ámbitos, no vale a España para ese destino.