Vicente Verdú
Nos disgustamos o nos entristecemos, no pocas veces, por pequeñas adversidades que. al cabo, racionalmente nos hacen sentir como tipos grotescos o injustos o pusilánimes o neuróticos. Es el acaso que, casi por excelencia, desencadena el accidente de las goteras.
No es fácil saber qué es peor: si sufrir una gotera del vecino de arriba o producirla al de abajo. En el primero de los casos, algún sujeto desconocido, nunca visto, ignorado, ajeno a nuestra vida, permite que algo de su húmeda intimidad rezume por el techo y hasta el suelo de nuestro cuarto. Puede que se trate tan sólo de agua pero esa agua es su agua personal, el agua que le pertenece y Dios sabe qué puede hacer con ella. Que venga además a gotear sobre nuestro piso y descaradamente demuestra una insolencia del vecino en cuestión que, aún aventurando su catadura, debe poseer al menos dos rasgos negativos: uno de ellos es el no tener en cuenta el bienestar o la calma de los demás y otro, peor, es su habitar, probablemente, en completo abandono y sobre nuestras cabeza.
De las dos maneras el vecino es odioso. Y tanto más cuanto debemos, a la fuerza, mantener una conversación con él respecto al problema lo que, ineludiblemente, conlleva subir las escaleras y pulsar su timbre, esperar que la puerta se abra y que de repente enmarcado en el dintel aparezca con relieve, patentemente, un impensable personaje pidiéndonos cuentas por la visita,
Nosotros, ciertamente, vanos a pedirle cuentas pero siendo a la vez nosotros unos extraños que llaman puerta la interrogación recae pesadamente sobre nuestra inexplicada presencia. ¿Qué hacer? El expediente de la gotera que pronto alcanza otros terrenos procedimentales complejos requiere que, con la mayor prontitud, se relate al vecino que un punto de su conducción hidráulica gotea sobre nuestro hogar y ya se ha formado un charco de modo que hemos necesitado colocar incluso un cubo para recoger el agua que se derrama. ¿Un cubo? El vecino puede pensar que exageramos ladinamente pero incluso si no exageramos la visita intempestiva y nuestra descripción ingrata, le hace pensar en una sucesión de gestiones intempestivas, insoportables e inoportunas, para llegar finalmente a terminar el proceso que logre repararla.
Nosotros no podemos aparecer como culpables de aquello ¿pero cómo dudar que, deseándolo o no, le estamos fastidiando? ¿Una gotera yo? Cualquiera tiende a apartar de sí el cargo de haber ocasionado una gotera porque algo como esto, en lo en absoluto se interviene, en absoluto se pretende molestar y en absoluto puede hacerse algo previo ¿cómo puede generar esta vergonzosa culpa, del todo irremediable? Culpables y enjuiciados sin causa. Reos de una rara agresión y condenados a desmontar la rutina de la vida diaria como desmedida consecuencia de un mínimo a accidente.
Un vecino y otro se enfrentan recíprocamente en virtud de este menudo percance que a ninguno, en verdad, pertenece pero que, a la vez, empieza a crear un recelo mutuo, a pesar de todo. El damnificado recela de la prontitud con que el vecino de arriba se aplicará a solventar el problema generado su hogar y este vecino piensa, respecto al de abajo, que su queja tan inoportuna como tan molesta no debería manifestarse sino con humildad puesto que a fin de cuentas su casa no sabido soportar el equilibrio constructivo. La simetría entre ambos en cuanto víctimas enlazadas por el mismo accidente se rompe con facilidad hasta que no se llega con la máxima delicadeza a un balance entre el daño que sufre uno l uno y la objetiva responsabilidad de otro.
Para este equilibrio que puede ser el principio de una posterior relación simpática es preciso que quien carga con la gotera sea comprensivo con el desconcierto y la desazón del otro. Y que este otro, el dueño del hogar causante, sea plenamente consciente del perjuicio que ha causado su fuga. Cuando este equilibrio se logra llega de inmediato una suerte de serenidad celestial que reduce simbólicamente el estrago pero en tanto no se consigue este armisticio o los altibajos con el fontanero y la compañía de seguros se prolongan el malestar de la gotera puede llegar a convertirse en el centro de una conversación rabiosa, tanto en el piso de abajo como en el de arriba.
De hecho, resolver el problema constructivo requiere poco tiempo en la gran mayoría de los casos pero la insufrible llamada a la compañía de seguros, la comparecencia inmediata o no del perito, su diagnóstico ambivalente respecto a la responsabilidad particular o de la comunidad puede ocupar varias jornadas entre reiterados debates y aplazamientos.
No se sabe qué es, desde luego, mejor. Si ser el damnificado o el damnificante porque esa duración carga de culpabilidad al vecino de arriba y de malestar al de abajo. Y queda todavía tener en cuenta la repercusión sobre cada una de las familias y sus respectivas diatribas, especialmente en la de abajo donde desde el esposo o la esposa a la chica de servicio se lamen tan de vivir en esas condiciones un día más otro porque aunque el estrago sea pequeño cae sobre la normalidad como un peso notorio, gota a gota en una representación obstinada y torturante del tiempo que pasa dura y húmedamente para todos.