Vicente Verdú
Hay que precaverse, desde luego, de las personas malas pero también de aquellas personas que no siendo sustantivamente malas son, no obstante, de mala calidad. Se trata de individuos sin malas intenciones pero que producen daño a causa de su misma debilidad o generan sufrimientos por su carácter pusilánime.
Son personas propensas a la dependencia, miedosas, en exceso vulnerables y celosas por agradar. No carecen de personalidad, naturalmente, pero las abate el susto al conflicto. No carecen de dignidad pero la entregan muy pronto si reciben algún acoso o impensada dificultad. De esta tipología humana no es fácil pronosticar cuándo provocarán dolor a los demás pero es presumible que lo ocasionen no sólo a su pesar sino sufriendo notablemente. Se trata por ello de una especie altamente peligrosa porque así como a los terroristas suicidas no les importa su muerte mientras cometen el crimen, este grupo está habituado a sufrir su fragilidad y a romperse mientras están causando estragos.
Lo difícil, sin embargo, es precaverse de ellos. Su insólita capacidad de destrucción coincide con su mínima capacidad de resistencia pero es prácticamente imposible detectar en qué graduación se hallan sus fuerzas puesto que su cualidad más distintiva consiste en la veleidad. La veleidad sustituyendo a la firmeza, la inconsistencia sustituyendo a la estructura, la puerilidad reemplazando a la madurez.
Hombres y mujeres de baja calidad que no son malos sino más bien bondadosos pero cuya definición coincide con la barata sustancia de que se componen, cimientos sin firmeza. En consecuencia, ¿cómo no vivir a su lado en vilo y finalmente aplastados por el derrumbe fatal?