Vicente Verdú
Continuar pensando que la crisis financiera procede de la financiera es un pensamiento infantil. Tan alicorto que deja fuera de consideración el proceloso y complicado discurrir de la sociedad, sus anhelos y sus sueños, sus modos de organización y de producción, de creación y de destrucción, sus miedos e inquietudes.
A medio plazo quedarán en evidencia, flotando sobre la superficie del naufragio, la mayor parte de las piezas implicadas directa o indirectamente en la hecatombe. Como parece fácil de asumir, ningún sistema de envergadura planetaria llega al desfondamiento actual sólo por un defecto de fondos bancarios. Muchos otros fondos se han desplomado o van desplomándose al compás del desmoronamiento general para que pronto quede a las claras el coro de factores que al quebrar, más o menos a la vez, preparan el tránsito a otra época mientras matan sañudamente ésta.
No me refiero, desde luego, a una muerte de época a manos de Dios o cualquier otra fuerza purificadora, aleccionadora o de talantes espirituales por el estilo. Si se tratara de esto la Biblia sería la nítida clave del sudoku actual pero nadie debe dar nada por resuelto, diagnosticado y conocido. La Historia enseña a comprender la Historia pero el presente todavía no se ha convertido en esa materia histórica de edificante instrucción.
Toda actualidad es interesante sólo en cuanto se transforma en noticia. O más aún: toda actualidad se esfuma, no puede realizarse sino como noticia. De otro modo desaparece, vuela al limbo como un algo deletéreo, imposible de exponer, imposible de verificar, irrelevante para la publicación que es sinónimo de vida, vida pública, notoria, noticia en fin.
Si ahora la crisis es la Gran Noticia, se debe a que nunca antes se había producido con esta apariencia, ni tampoco su naturaleza real copia, replica o se asemeja a nada anterior, incluida la pobre Gran Depresión.
La pobre Gran Depresión viene a presentarse, gracias a ser ya historia e historia de hace un siglo, como un suceso explicable desde múltiples puntos de vista y, a estas alturas, el acontecimiento puede de hecho observarse desde su reflejo financiero y psicosocial, religioso, literario y hasta sexual. Al auténtico hecho histórico le sobran incluso explicaciones mientras a la actualidad, por mucho striptease que haga, se hace difícil de observar no se diga ya de desentrañar.
De otra parte, una Gran Crisis no alcanzaría hoy su apogeo, carecería de envergadura y de suficiente profundidad si dependiera exclusivamente o principalmente del comportamiento de los bancos y, dentro de ellos, de algunos banqueros a los que podría nominarse, condenarse y quemar. La trascendencia de lo que pasa, su colosal facilidad para absorber los adjetivos más hiperbólicos únicamente se corresponde con la posesión de sustantivos, masas orgánicas, de todas las especies y reunidas en una composición crítica cuyo máximo valor no es su aglomeración, su peso o su espesura, sino su singular cristalización.
La física habría actuado ante un fenómeno semejante con paciencia, prudencia y cautela supremas. Todos los diagnósticos, sin embargo, que recibe la Gran Noticia poseen el carácter de lo periodístico, apresurado y veloz. En la manera de abordarla, en los caracteres para divulgar su marcha, en el histérico comportamiento de los mercados y mercaderes, en el sentir de ciudadanos, políticos o economistas, en el conjunto de la coyuntura, el signo general y dominante es la velocidad, la lógica de la explosión, el alma de la bomba.
El modelo terrorista que ha ido imponiéndose en otros órdenes, desde el periodístico al político, desde el bestseller literario a la obra de arte, desde el marketing a la enfermedad, se representa plenamente en el ser de esta Crisis. O exactamente: esta Gran Crisis viene a ser como la suma perfecta ("La tormenta perfecta") de todo el múltiple terrorismo al detalle. La Gran Crisis brota de súbito y se expande como un aire radiactivo, un virus misterioso, una melodía o su i-pod.
El mundo se ha preparado y vertiginosamente en los últimos años para comportarse como una bomba. Una y otra vez el ejercicio de la explosión, sea de la pornografía o de la web social, del videojuego o del rumor, el cambio de sexo, de fe, de gen, de cara o de procreación, ha dispuesto la situación para proceder explosivamente hasta el punto en que la explosión ha llegado a convertirse en la manera más actual de ser.
Ser alguien viene asociado a producir impacto. Conseguir influencia queda asociado al don sensacionalista, súbito y de máxima proyección. El proyecto se reasume de este modo en el proyectil, el proceso en el tiro y el rosario de diferentes hechos en una única cuenta.
La cuenta única que actualmente parecería definir la crisis. Una gran cuenta con números rojos ante la cual como si, por su color y su metáfora moral, representara a hemorragia formidable fuera preciso actuar de urgencia: taponar las brechas, suplir los déficits, inyectar dinero, lograr, en fin, que el corazón del sistema vuela a cobrar tono y vuelva a funcionar con normalidad.
La magnitud de la Gran Crisis en cuanto hecho terrorista, su analogía con el gran accidente y el siniestro induce a creer en una causa decisiva puesto que lo más terrible y fácil de entender es aquello que proviene de un Mal absoluto, el Mal por antonomasia, sin aderezos, cómplices o complejidades que distraen la integridad del pavor.
Sin embargo, cuanto sucede en la Gran Crisis no puede proceder de un solo origen, por abominable que se desee. Mil crisis internas arman la Gran Crisis en la que interviene tanto el pecado de los bancos como las virtudes de los mendigos, la religión del Vaticano como la ignominia del capitalismo, el sentido de la prosperidad y el sentido de la posteridad. En definitiva, el buen sentido y los otros sentidos del progreso, la eficiencia, el trabajo, el low cost, el cómic, el evangelismo, el catolicismo, el budismo y la ley del capital.
(CONTINUARÁ)