Vicente Verdú
Un gozo democrático ha sido la conversión del ciudadano en espectáculo. El fútbol, las fiestas rave, las manifestaciones ecologistas o contra la guerra son atractivos antes por el espectáculo de la movilización que por el puro motivo del espectáculo.
Los periódicos, las emisoras de radio y televisión, cualquier web social de internet ganan atracción por los atraídos. Los atraídos, espectadores, lectores, navegadores que intervienen, opinan, se enfrentan o asocian dentro y fuera de la red, crean el suceso interesante.
No se trata, en efecto, de un fenómeno nuevo pero nunca obtuvo este éxito a granel, omnipresente, omníodo, explosivo.
Robespierre, en la agenda de la nueva sociedad democrática, anotaba que para hacer a los ciudadanos vivirse como tales la clave estaba en ofrecerles la oportunidad de sentirse componiendo su espectáculo histórico, la historia de su espectáculo.
Desde la altura del escenario se dicta pero desde la horizontal de la plaza multitudinaria el poder parece esparcido. Convirtamos a los individuos en actores de sí mismos, hagamos que se sientan creadores del acontecimiento. "Haced que cada uno se vea y se ame en los demás, a fin de que todos estén así más unidos…", escribía Rousseau.
He aquí, paso a paso, cuanto consiguen explosivamente ahora las concentraciones festivas, las convocatorias de conciertos rock, la composición -vestidos o desnudos- del paisaje de las masas. ¿Nazismo otra vez? Narcisismo de la igualdad en la sociedad de la diferencia solitaria.