Vicente Verdú
Todo el desprestigio intelectual de la televisión ha logrado atenuarse gracias al lucimiento de muchas de sus nuevas series. El serial hizo a la radio más popular de lo que era y las nuevas series Las series son hoy, como casi todo, un artículo laico pero su consumo, dentro de un intervalo acotado, introduce una provisional regularidad en el desorden de la organización contemporánea. La serie reclama atención estable y pide, en contraste con la nueva cultura, una fidelidad continuada. De este modo la vida recibe esta oferta para la distracción que se convierte pronto en lo opuesto a un consumo distraído ya que tanto la serie como su seguidor se asocian en una peripecia que recorren tácitamente juntos.
De este modo, impensadamente, dentro del llamado "tiempo libre", el espectador compromete su libre ejercicio a la presencia puntual con la pantalla. Serie y espectador componen así una unidad cómplice que, como en otras uniones, exige lealtad.
Poco a poco, la serie se convierte así en una trama donde se traban las emociones personales y de cuya estimulación nace a la vez la adicción a ella. La serie demuestra seguir adelante a pesar de que no estemos presentes algún día, y parece que seguiría su destino ajeno a nuestra presencia. Pero no es realmente así: la serie pervivirá sólo en el caso en que nuestra presencia sea suficientemente grande puesto que una baja audiencia la mataría. Una audiencia abundante, en cambio, nuestra presencia entre muchas, la vivifica y le permite ¿Hasta cuándo? Acaso eternamente. Capítulo tras capítulo, el fin puede aplazarse indefinidamente y los espectadores "enganchados" a la misma historia pueden sentir que a semejanza de la narración que no tiene incluido el final ellos mismos podrían asistir sin término a una existencia sin la muerte dentro.
Las películas o los partidos concluyen en un par horas, los telediarios mueren siempre con el "tiempo". Contrariamente, los seriales empiezan pero no puede saberse cuándo acaban. Y si, encima, como va siendo el caso son productos de calidad, el disfrute inteligente mejora, la consideración personal prospera y la televisión, en fin, pasa de ser basura a ser sabrosa.
No se dispone de tiempo bastante para seguir al final del día o en la sobremesa un film o un telefilm pero la serie, presta y lista como es, conoce que lo fragmentario es contemporáneo, lo breve es correlato de lo cambiante, y lo cambiante es la regla de la clase de vida que vivimos. Vida a saltos de serial sin desenlace pre-escrito.