Vicente Verdú
Si este mundo se queja continuamente de la falta de líderes, de valores, de proyectos, de sentido, su fosa principal o su cimiento es la ausencia. La ausencia en un estadio abarrotado de personas y aparatos, de bienes de consumo y financieros, de parados y emigrantes. Saturado acaso de opciones pero que una y otra vez cuando presenta su rostro le vemos marcado por la ausencia. Este es el caso de los motines, agitaciones, revueltas o disrupciones en el norte de África. Los dictadores dejan tras de sí el podio vacío, abandonan sus armaduras y se vacían las cárceles, se vacía incluso el país a través de la ola de refugiados que huyen de la masacre tirana. El vacío aparece tras de su ausencia pero adelante en el porvenir sin su pezuña se alza un nueva ausencia. Posee el resplandor de lo nuevo y la atracción del bien pero ¿de qué se trata? ¿De la democracia desacreditada de occidente? ¿De una conjugación del desconcierto en el mismo instante del desmantelamiento? La falta de proyecto, la invisible ideología conductora de quienes van a vencer repite el fenómeno característico de este mundo actual, flotando en el creciente hueco de sí mismo. Sin cuestión, la democracia agujereada es mejor que la dictadura maciza, pero a la democracia agujereada, carcomida, corrupta desvencijada y vieja que puede remedarse le queda poco tiempo para desplomarse y dejar entre su polvareda el solar vacío. ¿Para qué? ¿Hospedando qué clase de arquitectura? ¿Trazando qué convivencia humana? ¿Y en qué sistema económico, financiero, especulador, de intercambio desigual?