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El teléfono

Por 11 de marzo de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

No hay ya  película de acción en la que el teléfono, cada ve complicado y multifuncional no forme parte asidua de la peripecia hasta el punto        que, en no pocos casos, el móvil actúa ya en el film como un importante actor y a través de cuyas prestaciones discurren las intrigas, se muñen las conspiraciones y se condensan las mayores operaciones financieras.

El tradicional teléfono fijo, instalado en la oficina o en casa,  aumentaba la escala de la boca y de la oreja. Hacía saber que con su auxilio crecía aparatosamente la facultad de hablar y de escuchar. Su robusto micrófono potenciaba la voz y el auricular magnificaba el pabellón que oía. Pero en el móvil ocurre casi lo contrario. Ni el oído ni la boca se encuentran esbozados  y su tamaño, cada vez menor, disimula la trascendencia de su uso. 

 Colgar el teléfono, aquel teléfono pesado y grande, significaba dejar efectivamente humillado al otro. Frente a esa metáfora del rotundo abandono físico, el móvil actúa como un dispositivo que en lugar de aplastar hace como que desintegra la voz del interlocutor.

 Los dos ingenios nos llaman cuando suenan pero el teléfono tradicional no anticipaba que fuéramos nosotros los elegidos y de ahí el misterio unido a su timbre convencional.

El móvil, sin embargo, señala directamente a un yo y nos refiere inequívocamente aunque también, según la multiplicación de mensajes y ofertas comerciales, es propenso a hacernos sentir una masa anónima o sin cabeza. En su diseño tradicional, igualmente, el teléfono mimetizaba la boca y la oreja humanas mientras el móvil se libera del remedo  antropológico y su tipología se relaciona con el mundo general de los aparatos.

No trasluce pues su función comunicadora a través de su aspecto y sólo hacen pensar que pertenece a una constelación tecnológica desarrollada en la electrónica. De hecho, los móviles pueden comportarse como teléfonos pero también como calculadoras, como televisores, como cámaras fotográficas, Google, GPS, etcétera y, en tan diferentes cometidos, la idea del tradicional se deslíe en ellos.

Nos comunicábamos a distancia gracias a la benevolente providencia del teléfono que hacía posible, como altísima novedad, hablar sin cuerpo, escucharse sin desplazarse. Pero ahora el teléfono móvil hace olvidar -con su movilidad incesante-  el milagroso don de establecer los contactos a distancia.

 La voz telefónica, la voz  sin la máscara del rostro que tanto admiraba  Proust en 1913 (En busca del tiempo perdido. El mundo de Guermantes), ha perdido casi toda encantación puesto que ha llegado a ser uno de los repertorios comunes. Más aún el rostro aparece en el móvil superando con su fuerza la identidad del aparato. De hecho, poco a poco, la biografía de cada cual va dejando su rastro en ese artefacto  y anticipando el día en que el código genético se sume a los circuitos. De hecho, en las películas se constata que el enemigo sucumbe con facilidad tan pronto pierde su móvil, suerte de ADN extracorpóreo y arma crucial para el socorro o la defensa. 

El teléfono fijo era igual para todos pero  en el móvil se plasma la individualidad sea a través del diseño de las grandes marcas, sea mediante esto y el añadido del tuning que cada cual aporta a su aparato.

Si el teléfono tradicional se comportaba, en consecuencia, como un juguete con su inconfundible aspecto, normalizado y homogéneo, importante de por sí, superior incluso a la identidad de su amo, el móvil tiende hacia el imaginario de la vida personal. El milagro de recibir la voz sin la máscara del rostro se ha invertido en la ecuación de recibir la cara completa del otro, a través de la pantalla menuda,  hasta la definitiva desaparición de la faz del  artefacto. 

Ahora todos los ciudadanos occidentales tienen teléfono. Y no sólo móvil sino móvil y fijo y, en ocasiones, dos móviles o más. Hace apenas medio siglo, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, tener una casa con teléfono constituía en España un signo de status. Pero también, tanto entonces como ahora recibir más o menos llamadas sirve como un indicador  de la relevancia personal y profesional del propietario. Cierto grado de afirmación de un individuo se plasma en  el funcionamiento del móvil y más a través del número de llamadas que recibe que de las llamadas que emite. Quien llama solicita, acaso se subordina, mientras que el sujeto llamado es requerido,  necesitado.

Los primeros teléfonos domésticos se colocaban en muchos casos  clavados en la pared y obligaban a hablar a la altura dialogante de las bocas. Este diálogo, espacialmente cara a cara,  no eludía sin embargo los recursos a la mendacidad para cuya práctica el teléfono ha sido el rey del disimulo y la mentira: "ha salido", "no puede ponerse","le llamaremos. Y, también, de acuerdo a las películas y las novelas negras un instrumento temible en malas noticias y amenazas.

Esta sensibilidad criminal del teléfono y el temor básico a su proceder indeterminable que si, en la práctica una conversación se corta, uno y otro de los interlocutores se apresuran a comunicarse que ninguno de ellos fue el causante. Esta urgencia en la aclaración trata de rehuir la interpretación de haber sido "colgado" que, de una u otra manera, se aproxima a las analogías del despecho, el desprecio o la simulación de una ejecución con muerte o  asesinato. .

De hecho el teléfono antes y ahora se ha mantenido como importantísimo y poderosísimo. La gente abandona sus tareas, dejar de hacer el amor, ase echa de la cama, corre por el pasillo jadeando para no perder su llamada. El teléfono se revela en estos casos como representante de una fuerte ficción de vida, vida irrepetible, crucial y, de hecho,  cuando los futuros suicidas han decidido la irreversibilidad de su plan, descuelgan antes y definitivamente el teléfono.      

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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