Vicente Verdú
Si los hombres ponen un relativo empeño en encontrar el posible trabajo que más les conviene, no suelen actuar de manera parecida cuando se trata de seleccionar a sus esposas. Una mujer pondera con una atención comparable las virtudes y defectos de su pareja presente y futura, calibra mejor sus prestaciones potenciales o actuales, se comporta, en la elección del esposo precisamente, bajo esa inspiración pragmática y realística que se les atribuye en otros órdenes.
Más atraídos por el físico que ella, más seducidos por la belleza femenina (considerada antes como la encarnación misma de la belleza) los hombres, en general, atendemos secundariamente a otras importantes y más decisivas cuestiones. Con el paso del tiempo resulta que el marido reconoce haber tenido buena o mala suerte en la elección. Se acierta o se yerra a posteriori, entre los hombres mientras es más difícil que las mujeres se guíen por signos, superficialidades y se topen al cabo con sorpresas de envergadura. Sólo los tipos eminentemente embusteros o estafadores podrían engañarlas pero, efectivamente, se trataría de haber sido víctimas de timos o de artes torcidas. Yendo rectamente en casos masculino y femenino, ellas aciertan mejor, con mayor probabilidad, razón, razones y raciocinios. Son capaces de verificar correctamente el carácter, la honestidad, la inteligencia, la fuerza, la lealtad y no sólo por necesidad de protegerse de la frustración personal sino por mero instinto de conservación de la especie. El resto de los mamíferos demuestran esta verdad en los programas que emite diariamente La 2 después de comer. En el aprendizaje de la naturaleza las mujeres han sido no sólo mejores alumnas sino que la misma Naturaleza, puesta de su parte como amiga y maestra, las ha dotado de recursos suficientes para, al cabo, proteger la cría y la reproducción de la especie con un buen macho al lado. ¿Planteamiento reaccionario, superado? El progresismo que despreció hace unas décadas todas estas cuestiones biológicas ha entendido, "progresivamente" el decisivo valor de la Naturaleza. De hecho ¿puede esperarse que un progresista actual no sea, ante todo, un firme defensor de lo que la Naturaleza exige o necesita?