Vicente Verdú
El perdón constituye un acto de amor. Pero ¿no será ante todo un supremo ejercicio de amor propio? No se ve otro modo genuino de perdonar que amarse a sí mismo con una ración de más ego. No se trataría tanto de obsequiar al otro con el perdón que resulta más o menos asequible teniendo en cuenta la enorme cantidad de errados seres humanos que hay en el mundo, sino festejándose a sí mismo con la voluptuosa degustación de este don. Un don que nos hace tan grandes como dioses, tan altos que nos eleva sobre el anónimo resto del género humano, tan munífico que nos ratifica como reyes ante la esclavitud de la especie. El oro, en fin, frente a los productos baratos, la paz honorable frente a la vulgar reyerta, la encimada majestad del amor propio frente a la múltiple trivialidad del orgullo al alcance del más tonto.