Vicente Verdú
Se ha publicado un libro sobre el fotógrafo Enrique Meneses (Madrid, 1929) que se titula La vida con oxígeno. En uno de los telediarios nocturnos de La Primera apareció la autora de ese texto y también Enrique Meneses, una vez sentado en una silla de ruedas y con el tubito de oxígeno incrustado en la nariz y otra sin nada de todo aquello, respirando normalmente y afirmando con desparpajo que "la vida es muy pero que muy divertida". Parecían irritarle todos estos que, aquí o allá, vamos quejándonos de los dolores y contrariedades de la vida y difundiendo, al socaire, un triste concepto de ella.
Más tarde salió otro personaje en la pantalla que, sin relación con el anterior, declaró que la vida, por dura que sea, "vale la pena". La vida vale la pena. ¿Qué vale la vida? La pena. La pena es el coste de la vida pero, al cabo, la vida es tan divertida que no es nada raro tener que pagar algo a cambio de su gran espectáculo de entretenimiento.
Pienso que basta dar un paso atrás, o tres, o cinco o diez. Basta echarse atrás y contemplar el hecho de vivir y el deshecho de morir, para estar pronto de acuerdo con los que propagan una fama positiva de la existencia. Mortales como somos ¿qué puede gustarnos más que vivir y vivir?
"La alegría de vivir", la joie de vivre con que se titulan los cuadros más gozosos, es un pleonasmo, casi una obviedad y hasta una fatal redundancia. Es decir, el cero del cerebro que sigue o no en silencio, mientras el corazón no para.