Vicente Verdú
Se nos martillea ahora incesantemente con el lema de vivir al instante.Este sería el lema de la felicidad en tiempos tan cambiadizos como los actuales, pero no hay un consejo más necio. Sólo los animales son capaces de vivir al instante. O, mejor, son incapaces de vivir otra cosa que no sea la propensión del instante. Un ser humano, para bien o para mal, no es, sin embargo, tan reducido ni tan mansurrón. Haga lo que haga, se proponga el carpe diem o la disciplina de vivir sólo el presente su vida pasa por su mente como una película incontrolable y muy complicada. Los recuerdos, los proyectos, las ilusiones y las decepciones, los temores y las esperanzas nos convierten, queriéndolo o no, en un ovillo eléctrico con una abundante provisión de polos. Se desee o no, vivimos pensando y sintiendo, intuyendo y deduciendo. ¿Quién le ha de poner límites a ese altercado humano y permanente? Vivir humánamente es, de otra parte y como poco, sentir que la vida se acabará algún día. Mientras los animales sólo tienen experiencia de la muerte cuando mueren, nosotros pobres estibadores llevamos la muerte a cuestas. Con lo cual no cesamos de recordar nuestro destino. O bien, para no parecer trágicos, apenas paramos de enrollarnos con unas y otras circunstancias envolventes, personales, relacionales, irracionales, culpables. ¿Vivir sólo el momento? ¿Agarrarse al mismo instante? Si esto fuera posible, Dios no lo quiera, en un frenopático o en un campo santo.