Vicente Verdú
Sobre el valor de la luz en la memoria, ese instante de fulgor que desde el olvido acude y estrena una visión escribió Proust a menudo. Proust escarbaba deliberadamente en las plantaciones de la memoria y la sometía a una presión de la que se destilaban jugos puros y espurios, motivos de narración.
Giordano Bruno, un gigante en el arte de la memoria, propuso un severo y pormenorizado sistema nemotécnico no ya para recordar algo sino para comprender, recrearlo todo, y en suma para alcanzar un remedo de inmortalidad puesto que si la eternidad no se halla al alcance de los seres humanos, la memoria sin fin puede traspasar la delimitación de la muertes y generar un espacio infinito y continuo por donde pasean simuladamente el pasado y el presente, siendo el futuro la inercia de su enunciación.
En la literatura del yo, en los escritores auténticos, en los poetas óptimos, la súbita iluminación de un instante en la memoria expide una clase de emoción tan intensa y fértil para la escritura que se confundiría con su forraje natural. Ese instante que el poeta recibe y donde el recuerdo brilla con intensidad especial es semejante al sorbo de un estupefaciente puro. Allí, el objeto se presta a un hilado o copulación de donde miles de criaturas desfilan en el texto. Tal instante, especial como una alhaja, puede acaso confundirse con la llamada inspiración pero en realidad se trata de la raíz fundacional del habla y de cuya asunción precisa procura un efecto igual al de las bombas de racimo. Irradia sobre una amplia extensión nerviosa y el entusiasmo que desprende, su onda caliente, puede dar origen a una clase de visión, una perspectiva y una cualidad del texto que decide el tono y el sentido de la construcción o, igualmente, su destrucción. La memoria en la literatura es la pasta básica del alcaloide que logrará la encantación. Y no se trata de ser mejor o peor escritor en proporción a la capacidad para recordar. El grado en que la súbita iluminación opera, no radica tanto en la extensa colección de datos como en la intensidad de alguno que decide mediante su alumbrado mágico la totalidad del pensamiento inteligentemente emocionado o de la emoción metabolizada en la formidable materia prima de la meditación.