Vicente Verdú
En las operaciones que repito diariamente para prepararme el desayuno veo con elocuencia el paso de los días. Los gestos y los pasos vuelven a ser lo mismo una mañana tras otra. Son tan iguales entre sí que sería vano esperar que no dejaran de serlo nunca o que algo sucediera para interrumpir su cadena o para suprimirla por entero. En esta rutina que me encarrila siempre vivo hallo también la cinta sinfín que me conducirá al fin de su marcha. El fin de esa amistosa cadena que ya no podrá reproducirse un día más a partir de un día cualquiera. Un día cualquiera. Sin nombre, sin prestigio, sin causa expresa. Solamente porque mis impulsos no den más de sí y esta facilidad con que me levanto de la cama y voy ilusionado a buscar el periódico, la tostada y el café desaparezcan como por ensalmo. Sin advertencia, sin inteligencia, sin misericordia. Sólo porque el ciclo se ha dado por cumplido.