Vicente Verdú
Hacer deporte es mucho más que hacer algo por la salud. En el deporte se experimenta la inmortalidad o la ingravidez, el desasimiento y el estreno de otra naturaleza, a la vez propia y compartida. Pudiendo correr, por ejemplo, sintiendo la respuesta de los músculos, el cuerpo se crea a sí mismo como anónimo y atemporal, liberado de la identidad y ampliado en una escena sin apenas límites. Gracias a esta experiencia tan gratis el cuerpo se deshace de incontables e indebidas deudas. Sudar en el deporte es no morir dentro de sí y no desecarse sorbido por los efectos físicos y psicológicos del ego quieto.
El deporte vale, además, no sólo para lubricar las articulaciones y tonificar los tejidos sino para tratar de mantener cada elemento distinguible de los demás. Porque el ejercicio se introduce en el cuerpo al modo de un dios del discernimiento, actúa fisioterapeúticamente deslizando clarividencia en las conjunciones, abriendo las madejas musculares, desatando las vértebras y sus estribaciones. La finalidad de hacer que el cuerpo se mueva, flexione, se estire, se configure otra vez es igual a aplazar la amenaza de la amalgama.
El cuerpo, por sí solo, elige naturalmente el apegamiento de sus facciones y órganos hasta crear una masa cada vez más apelmazada donde va apilándose un elemento sobre otro, encastrado uno en su vecino como un paquete crecientemente dispuesto para una última central de reciclaje.
De no actuar pronto se hace difícil despegar el párpado de sus pliegues, los labios de sus rictus, los dedos de sus enredos, los tendones de sus guías, las articulaciones de su engranaje. El cuerpo se desengrasa y el escaso fluido que resta tiende a perderse por los tejidos desgajados hasta ir invadiendo, gota a gota, zonas nuevas, diferentes a las reseñadas en la anatomía original. De esta manera, en fin, el organismo se adentra en la oxidación final y en su entropía. Cada vez posee una forma menos diferenciada, se hace bulto y desarrolla menos funciones singulares o las cumple con escasa distinción o habilidad. La formación viviente, alerta, dinámica, pluriforme y plurifuncional, rebaja su figura inconfundible hasta aproximarse a la tipología de su destino mostrenco.
El ejercicio sofrena la velocidad de ser estatua y su tesis inmóvil. El deporte, y sus recetas de flexiones, caminatas, natación o estiramiento, pone en marcha una fuerza expansiva de anti-adherencias y anti-maclados.