Vicente Verdú
A estas alturas de la vida, cuando ya he cumplido los 70 años, tengo tan repetidas experiencias de tiempos felices y rachas desdichadas que me atrevo a dar ánimo a los desafortunados y proporcionar recelo a los que ahora disfrutan. Nunca se ve más claro que la trayectoria tiene sus más y sus menos cuando se obtiene un compendio global en cuyo fardo la existencia y sus avatares nunca responde a una línea recta. La línea recta fue el camino que los tutores católicos nos dibujaban espiritualmente para alcanzar los frutos del cielo. Y, sin embargo, ni siquiera al cielo se accede por un camino libre de tortuosidades y suelos escabrosos. Aceptar vivir como un factor inestable, para bien o para mal, debe hacer sentir que, en esta aventura, hay que paladear los dulces pero también, un momento después, tragarse piedras e incluso sangrar. Quizás para sanar.