Vicente Verdú
En un porcentaje que supera el 80%, las gentes cuando se les pregunta por su color preferido contestan eligiendo el azul. El azul no clama ni hiere, no estimula ni mata. Hoy se tiene por un color frío pero no siempre fue así. De hecho, el azul, se incorporó tarde y avasalladoramente a las modas de la vestimenta y vino a ser como un amable sofoco. La razón más poderosa para explicar el violento auge del azul la atribuye el historiador Michel Pastoureau a la "revolución azul" que estalla en Francia a partir de 1140 y triunfa en todo el imperio en el siglo XIII. Se trataría, según los especialistas, del nacimiento también de un nuevo orden cromático que ha pervivido entre sus laberintos simbólicos hasta estos días.
Dice Pastoureau: "El azul, que pesaba poco en las sociedades antiguas y que a los romanos no les gustaba en absoluto (para ellos era el color de los bárbaros) se había mantenido en un lugar relativamente discreto durante la Edad Media. De pronto, sin embargo, a partir de 1140, invade todas las formas de la creación artística, se convierte en un color cristológico y marial, luego en un color real y principesco, y desde finales del siglo XII, comienza incluso a competir con el rojo en muchos ámbitos de la vida social. El siglo XIII es el gran siglo de la promoción del azul, aunque en los albores de los años 1300, se puede admitir que ya se ha convertido, en lugar del rojo, en el color preferido de las poblaciones europeas."
Pero ¿qué decir del preterido amarillo? Desde el siglo XIII pocos son los hombres y mujeres que en Europa occidental visten de amarillo, tanto en el mundo de los nobles como en el de los plebeyos. En la actualidad, el amarillo es casi inviable en la indumentaria de un hombre. ¿Una camisa amarilla? ¿Unos calcetines amarillos? ¿Una corbata amarilla? El lenguaje de la discreción y no se diga ya de la elegancia ha convertido en elementos incompatibles las masculinidad con lo amarilididad e incluso la feminidad hará bien en no abusar, durante el horario laboral, de sus reflejos.