Vicente Verdú
En Corea del Sur, las relaciones sociales y afectivas a través de los medios electrónicos superan ya en número y frecuencia a las que se mantienen frente a frente.
No sabemos gran cosa de Corea del Sur y resulta fácil atribuirles las fábulas del progreso o de lo estrafalario. Lo sustantivo de esta noticia, y acaso su grado de verdad, radica en su violencia interior.
Los países que se contagian del desarrollo tecnológico lo hacen con extraordinaria virulencia y contraen los caracteres importados como explosiones y que los impulsan a saltar de un golpe decenios de historia y los convierten así, sin procesos, en ejemplares monstruosos donde se reproducen, como en la mitología, cuerpos que son mitad de una especie y mitad de otra. De este modo se presenta el fenómeno de Corea del Sur que de sociedad agraria salta sin apenas transición a sociedad electrónica y de sus relaciones familiares y vecinales carnales e intensas a nexos virtuales y extensos. La cara de Corea del Sur nunca se nos reveló con nitidez en Occidente. Ahora, cuando las comunicaciones podrían contribuir a mostrar su personalidad, el perfil que nos llega se emborrona en la niebla de las pantallas.