Vicente Verdú
Me dije que esa especial atracción que sentía por ella no desaparecería en toda mi vida, sin importar los años que cumpliéramos y la decadencia física que nos sobrevendría. Ahora, sin embargo, siento tristemente que ha bastado sólo que el objeto del amor cumpla cincuenta y tantos años para que concluyera la vehemencia. Esa mujer, en la que pienso, con cincuenta y tantos años es ya incapaz de sostener la realidad de su atractivo y el amante abandonará quizás la imagen presente para referirse en sus sueños a una versión anterior, cada vez más segregada. La atracción desazonante se aplaca como se aplaca el odio hacia alguien cuando agoniza o muere. La pasión hacia esa mujer tiende a evaporarse cuando la vida ha impuesto su fantasma.
Contar, según mis pronósticos, que la pasión por una mujer hermosa no desaparecería nunca ha chocado con la vanidad de los cumpleaños y la tan cruel como injusta edad femenina. Pronto en las anteriores y muy coloradas sustancias del amor irán deslizándose átonas e incontables moléculas de compasión y gradualmente la pasión se ayuna.