Vicente Verdú
Recurrí a la lectura en sustitución de la escritura para sentir que no despilfarraba las horas y, en Memorias de Adriano, leí: "Hermógenes es sabio, y tiene también la sabiduría de la prudencia; su probidad excede con mucho a las de un vulgar médico de palacio. Tendré la suerte de ser el mejor atendido de los enfermos. Pero nada puede exceder de los límites prescritos; mis piernas hinchadas ya no me sostienen durante las largas ceremonias romanas; me sofoco, y tengo sesenta años… He llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; y así es para todos. Pero la incertidumbre del lugar, de la hora y del modo, que nos impide distinguir con claridad ese fin hacia el cual avanzamos sin tregua, disminuye para mí a medida que la enfermedad mortal progresa". (Luego hablará de sus limitaciones físicas. Recordará su exultación al montar a caballo, su alegría practicando atletismo. Dice que se consuela, no obstante, recordando aquellas experiencias que disfrutó).
Dice: "La carrera, aún la más breve, me sería hoy imposible como a una estatua, a un César de piedra, pero recuerdo mis carreras de niño en las resecas colinas españolas, el juego que se juega con uno mismo y en el cual se llega al límite del agotamiento, seguro de que el perfecto corazón y los intactos pulmones restablezcan el equilibrio; de cualquier atleta del estadio alcanzo una comprensión que la inteligencia sola no me daría". Quien haya practicado algún deporte sabrá entender. Quien lo entienda intuirá el otro aspecto transparente de la dicha.