Vicente Verdú
Unas personas que amo tienden a rememorar el pasado. Sienten que en él se halla la base de su supervivencia y, en definitiva, el argumento que las ha hecho vivir y ser tal como son, enriquecidas de recuerdos. Yo, en cambio, sin dejar de quererme, encuentro grandes dificultades para recrear mi pasado al que contemplo tal como si se tratara de un vertedero al que me disgusta prestar la vista, el olfato o cualquier fuerte atención. No quiero decir con ello que sufra la impresión de poseer un pretérito deleznable pero todo movimiento hacia atrás me corrompe el pensamiento o su alegría. El pasado que otros ven tan importante y fortificante es para mí una montaña de muerte. Todo lo pasado se amontona como desgastado, residual, podrido naturalmente por el paso corrosivo del tiempo. Todo pasado se me aparece como lo pisado, aplastado, desechable. El futuro para el que tengo cada vez menos tiempo se presenta ante mí como lo único que de verdad poseo como patrimonio. Bueno,malo, regular, trágico, cómico, salado, saludable o enfermizo, el futuro es todo lo que aún poseo. Las únicas flores y frutos posibles por los que siento atracción. Lo que ha sucedido ha perecido mientras lo que quede por pasar es materia prima y viva, la ocasión todavía de volverse a estrenar aquí.