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Palma en España

Por 3 de diciembre de 2019 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Con lo conmemorativos y lo funerales que aquí somos, sorprende la poca atención que se le ha prestado este año al gran escritor peruano Ricardo Palma, que murió en octubre de 1919 después de una larga vida en la que España significó un hito y una fijación, sin dejar de dolerle lo suyo, colonialmente hablando. Palma, nacido en 1833 en Lima de padres pardos (mulatos), fue versificador y dramaturgo precoz, burócrata gubernamental, bibliotecario celoso y hombre de acción en la política y en la literatura, formando parte de una generación plasmada por él en sus deliciosas viñetas memoriales La bohemia de mi tiempo, donde se pinta como copartícipe de un romanticismo libérrimo en el que "desdeñábamos todo lo que a clasicismo tiránico apestara, y nos dábamos un hartazgo de Hugo, Byron, Espronceda", teniendo cada cual "su vate predilecto entre los de la pléyade de revolucionarios del mundo viejo". Vates románticos y aun neoclásicos (su admiradísimo Padre Isla) los tuvo Palma en abundancia, pero la matriz estilística de su amplia obra histórico-narrativa está en el Siglo de Oro español, desde Cervantes y Lope a Quevedo y la poesía barroca; el conceptismo, la sátira y la burla, la comicidad ejemplarizante, fraguan un hipercastellano sabroso, resonante, rebuscado sin esfuerzo y ampuloso a veces como lo es buena parte de la literatura europea decimonónica.
 

Después de pelear en 1866 contra la escuadra española que había bloqueado el puerto del Callao, un combate naval en el que vio morir al cabecilla liberal José Gálvez, Palma siguió militando en la causa revolucionaria del Coronel Balta, del que fue secretario privado cuando el militar accedió a la presidencia de su país. Nombrado senador en 1868, Palma no deja de escribir, y en 1872, coincidiendo con la aparición de la primera serie de sus Tradiciones peruanas, abandona la política, aunque no el servicio a la república; en 1883 acepta la propuesta presidencial de dirigir y reconstruir la Biblioteca Nacional, destruida en la ocupación chilena de la ciudad de Lima. Muy pronto el escritor, que había seguido publicando con enorme éxito sus siguientes series de las Tradiciones, cobró fama como el "bibliotecario mendigo" que utilizaba su creciente notoriedad internacional solicitando el envío gratuito de libros para la devastada biblioteca limeña. Una de sus primeras cartas se la mandó a Menéndez Pelayo rogándole "la limosna de sus obras" y firmando Palma como Correspondiente de la Real Academia Española, distinción que se le había concedido en 1878.

La proximidad intelectual con el país colonizador de alguien que definía su propio estilo literario como "mezcla de americanismo y españolismo", se reforzó en su único viaje a España en 1892, con motivo del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Palma, que entonces ya tenía casi sesenta años, llegó, con juvenil entusiasmo, deseoso de conocer en persona a alguno de sus modelos literarios pero a la vez portador de una reclamación lingüística que vio defraudada, la aceptación por la R.A.E. de su documentada lista de neologismos y americanismos que, admitidos y usados muchos de ellos con el paso del tiempo, se leen hoy como un bello compendio de voces de otro mundo hechas ya realidad general. Recorrió con sus hijos varias ciudades del norte y de Andalucía, en Madrid, su parada más larga, tuvo fácil acceso a las tertulias en casas particulares como la que los sábados tenía Don Juan Valera entre las nueve de la noche y las 2 de la mañana, recibió él en su hotel la visita de un amable y anciano Zorrilla, que se disculpa ante Angélica, la hija adolescente de Palma, por no quitarse el sombrero "con la aprensión de que estos bultos y lacras de la cabeza no son para lucidos", y en las librerías madrileñas vislumbra a Campoamor, despreocupado de sus derechos de autor, y a un Menéndez Pelayo de 36 años ya muy emprendedor, aunque "Físicamente no luce una organización robusta y a prueba de fatigas". Quizá el más memorable de sus Esbozos en Recuerdos de España sea el dedicado a Los lunes de la Pardo Bazán, más británicamente comprendidos entre cinco y siete de la tarde. Palma traza en esas páginas un retrato muy sugestivo del republicano alicantino Rafael Altamira, quien lamenta que el peruano, tan buen escritor, sea "un carlistón"; el epíteto, fruto de un equívoco, no se pudo despejar fácilmente, añadiendo Palma: "Y he aquí el cómo y el porqué yo, viejo radical en mi patria, pasé en España por absolutista rancio".

La ranciedad de Ricardo Palma era algo que cuando yo lo leí por primera vez, en los dos tomitos selectos de Tradiciones peruanas que Austral mantuvo en circulación varias décadas, me pareció innegable. Sospechosas desde el mismo título para un aspirante a escritor que buscaba entonces el vértigo de lo nuevo, sin hacerle ascos a la opacidad y al sinsentido, las escenas vivaces y socarronas descritas en sus mini-relatos repletos de personajes curiosos y anécdotas jugosas, siendo gratas y entretenidas sonaban a lengua muerta. El incipiente joven aún tardaría un poco, como el resto de los españoles, en degustar las palabras y términos locales, tan abundantes en Palma, que nos acompañaron en el viaje iniciático de las novelas de Vargas Llosa, Cabrera Infante o García Márquez.

Un día, ya en la madurez relativa, compré en una librería de lance del barrio limeño de Miraflores la edición completa de las Tradiciones peruanas en la edición de Aguilar llevada a cabo por Edith, la nieta de Palma, que suma a las más de mil páginas de las diez series de tradiciones otras quinientas de ensayos, crónicas, versos y cartas, además del muy trepidante Anales de la Inquisición de Lima; ese libro primerizo revela al supuesto reaccionario tratando con arrojo y conocimiento histórico los estragos del catolicismo, con un capítulo estremecedor sobre la condenada Angela Carrasco y la morfología del sambenito. Así que empecé a leerlo con rigor, mientras leía a post-contemporáneos suyos, desde Salazar Bondy, Luis Alberto Sánchez, Luis Loayza o José Carlos Mariátegui a los actuales Julio Ortega, Alfredo Bryce Echenique y Alonso Cueto, que discrepan en sus apreciaciones sin negar ninguno de ellos la dimensión fundacional que Palma tuvo en las letras peruanas contemporáneas, similar, en mi opinión, a la de grandes filólogos-creadores de otras culturas latinoamericanas, como Borges en Argentina, Alfonso Reyes en México o Pedro Henríquez Ureña en el Caribe.

Bryce Echenique llamó la atención hace años sobre una obra de Palma no recogida en el volumen de Aguilar y que desconozco, Crónicas de la guerra con Chile, publicada tardíamente; el autor de Un mundo para Julius hacía suyos los términos "periodista guerrillero" que un estudioso norteamericano había aplicado a esas crónicas. Yo no llego a tanto, aunque leyendo sus innumerables piezas maestras, como El cristo de la agonía, variante de cuento gótico, el brevísimo y tan bien rematado Meteorología, Don Lucas de la tijereta, con su ingenioso diabolismo, o la comedia de enredo epistolar Una carta de Indias, veo brillar al "humorista de cepa volteiriana", como le llamó Unamuno, y me resulta fácil darle la razón al lúcido crítico marxista Mariátegui cuando afirma que encuadrar a Palma como un costumbrista de la literatura virreinal es empequeñecerle injustamente. Nostálgico del antiguo régimen colonial sin ser ciego a sus atropellos y latrocinios, el escritor rememora a la vez que zahiere, lo que le procuró la animadversión de uno de sus blancos favoritos, el clero católico. Palma creó quizá un mundo soñado que las Tradiciones peruanas, insiste Mariátegui, reflejan con "un realismo burlón y una fantasía irreverente y satírica".

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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