Vicente Molina Foix
Conocí hace pocos días a un señor francés de mi misma edad, una feliz experiencia que le debo a Elba, que en este caso no es la isla napoleona sino una editorial barcelonesa de exquisitos libros; es frecuente que la Elba catalana de emociones lectoras de gran calibre.
Pero vayamos hoy al Jean Frémon autor de El espejo mágico. Nos dice la solapa del elegante volumen que se trata de un galerista de arte y escritor de revuelto género, novelas y ensayos, relatos y poemarios, varios de los cuales fueron publicados por Elba; voy a buscarlos todos, y a leerlos, y a contestarme preguntas suscitadas por este mágico espejo, una historia del retratismo no sólo pictórico. ¿Se inventa a veces el señor Frémon sus figuras, tan fantásticamente diseñadas? ¿Se toma libertades con el físico de sus modelos? Sabemos, por cultura general elemental, que muchos de ellos, la reina Isabel II de Gran Bretaña, por ejemplo, y el pintor Lucian Freud, que la retrató famosamente, se entendieron bien en las largas sesiones de posado; ambos estaban ya en la ancianidad despejada, y quizá las arrugas de ambas pieles facilitaron el entendimiento. Ese relato (excelentemente traducido, como el resto del libro, por José Ramón Monreal) es uno de los muchos que brillan en un conjunto que no tiene ninguna aridez, ninguna pedantería; Monsieur Frémon es un erudito que sabe novelar. La historia de David Hockney con un plátano, los jocosos apólogos orientales, o esa filigrana del Rembrandt quizá falso en el que lleva por título «Una historia moral», son también ejemplos trepidantes y muy distinguidos de una de las empresas artísticas más difíciles que hay: saber mezclar la invención con la sabiduría.