Vicente Molina Foix
Venían de muy lejos, y se quedaban algunos a vivir en este país salvaje y pobre. Tenían, antes de venir, los oficios más diversos, y muchos no tenían ninguno: desocupados, curiosos, aventureros en busca de emoción bajo el sol. Y también llegaban artistas que aún no tenían obra, pero sí inspiración. Pocas mujeres llegaban entonces por sí mismas o por sí solas.
Por aquel entonces (todavía hablo del siglo XVII) no había turismo, pero en el llamado Grand Tour que tres siglos más tarde acuñó la palabra y el concepto de “turista” ya se infiltraban de tarde en tarde (a menudo disfrazadas de hombre) la escritora en ciernes, la cortesana culta, la exploradora audaz.
Es un prólogo a una historia que, ya en los últimos cien años de nuestra era, ha cambiado de signo, pues la historia de la fotografía no se entiende sin sus mujeres: Graciela Iturbide, Nan Goldin, Helen Levitt, Tina Modotti, Annie Leibovitz, Dorotea Lange, Ouka Leele, Isabel Muñoz, por citar unas pocas y muy relevantes.
Actualmente, sin embargo, está abierta en Madrid (hasta el próximo 5 de mayo) una gran exposición que nos descubre a un extraordinario fotógrafo sueco, Christer Strömholm, en cuya larga vida ( muere en el 2002), el paisaje español y la figura humana española adquirieron un gran relieve desde el año 1938, cuando a la edad de veinte años, en plena guerra civil, llega a nuestro país por primera vez.
No voy a describir aquí la fascinación de las salas que acogen en su sede del Paseo de Recoletos en Madrid la completísima exposición antológica de la Fundación Mapfre, acompañada por cierto de un excelente catálogo complementario. Los niños, la Guardia Civil, los submundo barceloneses, los artistas hispanos del momento en sus talleres (Chillida, Antonio Saura,Tápies); hay en la riquísima galería de retratos fotográficos de Strömholm dos Españas, y no están en liza. El blanco y negro de sus fotografías no es nostálgico ni antagónico. ¿Profético? Dos de las colecciones mostradas en la antológica, “Place Blanche” y “Poste Restante”, dan imagen desafiante y voz anticipada a las mujeres transexuales del barrio parisino de Pigalle, y a los travestis catalanes del Barrio Chino. El descaro de las “chicas” y la delicadeza del ojo del artista sueco casan bien, sin caer nunca en la mirada turística ni en el desdén del “voyeur” .