Vicente Molina Foix
Seix Barral fue mi primera editorial, en la época en que la dirigía Carlos Barral. No he vuelto a publicar con ellos desde aquella temprana novela mía de 1970, "Museo provincial de los horrores", aparecida cuando yo era todavía un estudiante de Filosofía en la Universidad Complutense, pero siempre he sentido una cercanía mezclada con nostalgia hacia el sello barcelonés, que, además de las razones sentimentales, publica con frecuencia libros que me gusta leer. Seix Barral ha pasado, como la mayoría de las casas editoriales de nuestro país, por distintos avatares empresariales, pero lleva años dirigida literariamente por personas que aprecio: Elena Ramírez, a la que conocí en Madrid en sus comienzos en el mundo de la edición, y Pere Gimferrer, uno de mis más antiguos y esenciales amigos.
Se ha hecho habitual para mí asistir en Barcelona a la comida del Premio de novela Biblioteca Breve, que en esta ocasión ha ganado el autor argentino Guillermo Saccomanno. Y aunque fue un poco anticlimático (o quizá antípodo) no contar en el acto con la presencia del ganador, volví yo a sentirme igual de bien acompañado por amigos que, de manera tal vez inevitable, sólo veo de Pascuas a Ramos, una frase o latiguillo no del todo comprensible que el festejo anual de Seix Barral rectifica o tal vez aclara. Hablé con Eduardo Mendoza, con Elisenda Nadal, Rosa Montero, Carme Riera, Ángela Vallvey, Jorge de Cominges, Ignacio Martínez de Pisón, David Trueba, Javier Moro (que hace años me invitaba a navegar en su barquito por las agua de Altea), hice de bastón humano del poeta y narrador cordobés Joaquín Pérez Azaustre, accidentado en una pierna, intercambié impresiones fílmicas con el director Fernando León de Aranoa, con quien he compartido -cinematográficamente hablando- a una actriz, la excelente Sonia Almarcha, departí con Luis Antonio de Villena más de lo humano que de lo divino, y sólo pude saludar, entre tanta gente, a Malcolm Otero, Enrique Vila Matas, Pedro Zarraluqui y Rodrigo Fresán, representante en la tierra catalana, al menos este día, de su compatriota Saccomanno.
Pero el almuerzo me dio, además, un regalo inesperado: las recuperación de una experiencia que yo había vivido hace casi veinte años y tenía olvidada. En un momento previo a la comida bajo las columnas del palacio de las Atarazanas se me acercó uno de los tres novelistas españoles actuales que más admiro, Javier Cercas, me dio la mano, y al decirle yo que estaba encantado de conocerle me rectificó. Nos habíamos conocido cuando él, aún inédito como escritor, asistió de alumno a los cursos de Cine y Literatura que codirigimos Cabrera Infante y yo en la Universidad Menéndez Pelayo, y Cercas, con esa sabiduría en la reconstrucción novelesca de lo realmente sucedido que sus libros demuestran, me fue devolviendo en unas cuantas evocaciones aquellas jornadas de Santander, al lado del matrimonio Cabrera Infante, de Susan Sontag, Monique Lange, Edgardo Cozarinsky, Joseph Losey, así como una cena posterior, con la que yo no le tenía identificado pero de inmediato recordé, en casa de nuestros amigos de Gerona Narcís Comadira y Dolors Oller. Después de esa ‘casual’ pero tan viva disección retrospectiva hecha por Cercas de los largos instantes de un breve pasado común aún tengo más ganas de adentrarme en su último libro, que mis menesteres como director de cine (con película terminada sólo desde el pasado viernes) me han impedido leer.