Vicente Molina Foix
Cuando los musicales no eran una franquicia internacional éramos más pobres pero más felices en las colonias. Dentro de Europa, los que viajaban a Londres podían ver en el West End alguno de los títulos señeros de ese teatro cantado y bailado, tan genuinamente norteamericano, hasta que en la España de los años 1970 empezaron a hacerse producciones locales de los grandes éxitos de Broadway, no todas a la altura de sus modelos. Pero Hollywood, otra potencia ‘yanki’ colonizadora, para bien y para mal, nos traía incesantemente a nuestras provincias sus adaptaciones, dando pie a un género clásico y duradero, el del cine musical, cuya edad de oro, entre 1931 y 1970, constituye para mi gusto una de las glorias incomparables del séptimo arte.
Se produce ahora una coincidencia que es rara y feliz. En Madrid, el Teatro de la Zarzuela presenta, con chispeante montaje de Emilio Sagi, un programa doble pícaramente imaginativo en el que la deliciosa revista del Maestro Alonso ‘Luna de miel en El Cairo’ precede a la obra maestra de los Gerswhin ‘Lady Be Good!’, uno de los hitos del musical desde su estreno en 1924, que reunió a seis hermanos: los protagonistas, Fred y Adele Astaire, los autores de las canciones, Ira y George Gershwin, y los personajes centrales de la comedia, Dick y Susie Trevor. Mientras tanto, por toda España, se estrena ‘Into the Woods’, película en la que el esforzado artesano Rob Marshall hace su mejor trabajo a partir de uno de los títulos capitales de ese genio de la música escénica que es Stephen Sondheim.
Entre nosotros se han hecho versiones teatrales de otros magníficos títulos del compositor americano, como ‘Follies’ y ‘Sweeney Todd’, pero nunca, que yo sepa, llegó ‘Into the Woods’ a las tablas. Hay que ver sin falta esta película si uno acepta las convenciones del género y cree que el cuento infantil es una literatura de adultos enmascarada. La arriesgada y brillante idea de James Lapine, autor del libreto, y Sondheim, que como de costumbre compuso la música sobre sus propias letras, fue en su día, 1987, hermanar en una misma historia fantástica y sentimental cuatro cuentos tradicionales, ‘La Cenicienta’, ‘Rapunzel’, ‘Caperucita Roja’ y ‘Jack y las habichuelas mágicas’, utilizando como base conceptual nada farragosa las lecturas modernas que Freud, Bettelheim o Vladimir Propp hicieron de esas fabulaciones aparentemente ingenuas.
El resultado es trepidante y a la vez inteligente, sobre todo en la primera parte del film, que anuda de manera arrolladora las cuatro tramas, situándolas en un hermosísimo espacio idílico y tétrico, el bosque, que resulta literalmente encantador. La productora Walt Disney ha suavizado algunas de las claves más oscuras y lúbricas del texto original de 1987, y eliminó del montaje final dos canciones, todo con la aceptación de los autores, pero aun así, la malicia nostálgica y el humor punzante del original permanece, sobre todo en los episodios de Cenicienta, su madrastra e hijas y su príncipe tan apuesto como lujurioso. Hay también apuntes de gran picardía en las relaciones de Caperucita Roja con su lobo, papel en el que Johnny Deep tiene más justificación que nunca para ponerse hasta las cejas de ‘rimmel’ y de los coloretes nunca ausentes en sus papeles, haga de pirata o de llanero solitario.