
'Avión de papel. Poemas escogidos 1989-2014' de Simon Armitage (Impedimenta, 2024)
Vicente Molina Foix
Me sorprendió mucho, estas pasadas Navidades, no ver destacado en ninguna lista de libros del año el que lleva por título Avión de papel. ¿Se confundieron los críticos y literatos votantes pensando que ese título correspondía a la sección infantil, o por el contrario, y de modo muy riguroso, la exclusión se debía a que dicho libro se publicó traducido al castellano por Jordi Doce poco antes del fin de año? O también pude ser yo el confundido al pasar las páginas de los suplementos literarios un poco a la ligera. El caso es que entre unos y otros mi impresión es que Avión de papel no fue elegido por nadie, o por tan pocos que quedó de colista en la clasificación, sin número ordinal en el cuadro de honor al que al que con toda justicia pertenece. Yo, que hace tiempo que no voto en estas ocasiones y hits parades, sí quiero poner por escrito mi contrariedad ante esa ausencia del citado libro, una amplísima antología (casi 400 páginas) del poeta británico de mediana edad Simon Armitage. La elegante y hasta un tanto pop edición del sello Impedimenta cuenta por lo demás con una traducción del original inglés de extraordinaria calidad y gran acierto poético, brillando en sus versos, de manera propia, la estela de la gran corriente de la poesía narrativa en la que se inscribe Armitage: Jordi Doce (él mismo poeta de notable calidad) la respeta sin menosprecio ni vulgaridad.
Y tampoco vengo aquí a descubrir a tan galardonado y reconocido poeta como es Armitage, autor asimismo de traducciones al inglés moderno de algunas partes de la Materia de Bretaña. Antes que cubrirle de elogios es preferible reproducir uno de sus en apariencia sencillos poemas, tan elocuentes, tan desenfadados, tan conmovedores.
2002
El grito (The Shout)
Salimos juntos
al patio del colegio, yo y el niño
cuyo nombre y semblante
no recuerdo. Queríamos estudiar el alcance
de la voz humana:
él debía gritar lo más posible,
yo levantar un brazo
al otro lado de la divisoria
para indicar que el sonido había llegado.
Voceó desde el parque: levanté el brazo.
Tras dejar atrás el pueblo,
aulló desde el final de la carretera,
desde el pie de la colina,
más allá del puesto de observación de la granja Fretwell:
levanté el brazo.
Lo perdí de vista y de pronto llevaba veinte años muerto
con un agujero de bala
en el cielo de la boca, en Australia Occidental.
Niño cuyo nombre y semblante no recuerdo,
ya puedes parar de gritar, todavía te oigo.