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El cuadro robado

Por 28 de mayo de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

La ficción sobre las obras de arte ocultas, perdidas o robadas -una copa sagrada, un collar de perlas preciosas, un manuscrito, una colección de cuadros, una madonna-  es muy extensa y viene de antiguo. Henry James dejó en sus cuentos un repertorio extraordinario, si bien en su caso tales extravíos y sus correspondientes búsquedas eran, más que históricos, psicopáticos. Después de James, la narrativa ha continuado ese argumento, aunque, con una excepción, no conozco ninguna novela española ni película que trate del peligro o daño sufrido por las grandes pinturas del patrimonio clásico en momentos de zozobra bélica (nuestra guerra civil sería el paradigma) y de su salvación y traslado, al modo en que lo refleja, por ejemplo, la película norteamericana ‘Monuments Men’, estrenada el año pasado.

 

     ‘La dama de oro’, que se estrena ahora, tiene poco que ver con aquella, interpretada y dirigida con simpática superficialidad por George Clooney; las relaciona el nazismo y las bellas artes, en un conglomerado que rara vez falla dramáticamente en la pantalla, sobre todo si lo defienden actores del calibre de Bill Murray, John Goodman o Cate Blanchett (en ‘Monuments Men’), y de Helen Mirren y Daniel Brühl en ‘Woman in Gold’, título original de ‘La dama de oro’. Naturalmente, la obra maestra del género, en clave perversamente sarcástica, es ‘Malditos bastardos’ de Quentin Tarantino, en la que el séptimo (con su actor pistolero, su crítico resabiado, su proyeccionista intrépida) representaba al arte escamoteado. Pero claro, el film de Tarantino era pura invención, fantasía situada en contextos reales, mientras que ahora hablamos de dos ficciones autentificadas, ya que ambos se basan en acontecimientos sucedidos y en personajes existentes.

     La película de Clooney era épica, y en los rasgos de ese género de alcurnia griega radicaba su principal atractivo; el reducido batallón al que el presidente Roosevelt encomendó la recuperación de las obras de arte sustraídas durante la guerra por las tropas hitlerianas existió, y sus hombres, un puñado de artistas, conservadores de museos, arquitectos y profesores de arte, fueron seguramente tan torpes en las armas y tan valientes en las operaciones de rescate como los que describe el film en clave de sacrificio heroico. Aquella era una película deliberadamente sentimental producida y realizada por Clooney (un cineasta interesante) después de ‘Los idus de marzo’, su película cínica y política. ‘Monuments Men’ no era política, y sus sentimientos tendían al lagrimeo más que a la reflexión, pero pasados muchos meses del día en que la vi aún recuerdo el ‘pathos’ de la escena en que el grupo de rescatadores, que ha sufrido pérdidas en sus filas, descubre los inmensos subterráneos donde están almacenadas las obras robadas por los nazis, reconociendo alguno de los miembros del pelotón aquel retablo o aquella talla renacentista a la que en su vida civil anterior había dedicado todos sus conocimientos.

      También emociona ‘La dama de oro’, como melodrama a la antigua usanza que es, sin el brillo que el Hollywood de Sirk o de Minelli sabía conferir a estas cosas pero jugando una baza de difícil negación para tantos de nosotros: la película del rutinario realizador Simon Curtis habla de una hipótesis sobre la que se funda nuestra cultura, nuestro modo de ser artistas o nuestro modo de ser amadores del arte, y según la cual cada obra desaparecida, quemada, sustraída del lugar en el que fue concebida y hurtada a quien supo en primer lugar apreciarla y tal vez costearla, es una pérdida de la conciencia social, del bien común del espíritu. Curtis, y antes que él su guionista Alexi Kaye Campbell, banalizan los elementos, pero la historia del retrato que Gustav Klimt pintó a petición de un cultivado judío vienés, plasmando a la trágica y fascinante Adele Bloch-Bauer (que moriría joven), y que ocupó la pared de una casa en la que los ricos favorecían el mejor arte y a la que llegaron las SS para desposeerles y enviarles a la cámara de gas, posee los elementos de la gran tragedia de motivo artístico, y como tal despierta nuestro interés y puede hacer llorar, en más de un pasaje de juicio o de reencuentro vienés, a las almas sensibles.

    Para rellenar sus casi dos horas de metraje, ‘La dama de oro’ se detiene en la parte legal de este caso que todos leímos en su momento en los periódicos. La alta abogacía y los dignatarios austriacos aparecen pintados en el trazo grueso de los desaprensivos, y Maria Altmann (encarnada en su fase adulta por la Mirren) reviste los caracteres de la mujer justa, valerosa y empecinada; cuando hace suya la némesis nos arrastra, y cuando deja correr el humor produce carcajadas, aun contando con el pesado lastre que supone tener de co-protagonista permanente al estólido Ryan Reynolds. Hay una secuencia memorable, la visita de Maria a la casa de sus tíos los Bloch-Bauer, donde de niña veía colgado el cuadro de su tía Adele rodeada en el lienzo por la hermosa cenefa de teselas de oro que a Klimt le inspiraron, tras un viaje a Italia, los mosaicos de la iglesia de San Vitale en Rávena. La secuencia me recordó episodios similares del interesante libro ’21, Rue la Boétie’, de Anne Sinclair, la nieta de otro perjudicado por el nazismo, el marchante judío Paul Rosenberg, aunque casi todo el mundo conoce más a Sinclair, nacida Anne Schwartz, por haber sido la tercera mujer de Dominique Strauss-Kahn y su máximo apoyo mientras el político y banquero fue encarcelado y procesado. La ya anciana Maria de Helen Mirren recorre ese espacio infantil, ahora ocupado por las oficinas de una multinacional, y su sola mirada, su presencia superviviente, nos habla sin palabras, suficientemente, de esa epopeya de crimen y rapiña que tuvo lugar hace sólo setenta años en un lugar central de nuestra Europa.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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