Vicente Molina Foix
En un acceso de frivolidad sin ardor me puse a practicar el striptease, no en la ropa sino en la lengua. Me acordé, por ejemplo, de la palabra independencia, que tan frecuentemente salía de nuestras bocas y nuestro entero cuerpo social; hace un año no se hablaba de otra cosa. Pero llegó este mes de enero con sus presagios, y ya en marzo ninguna persona sensata iba a urgencias independentistas, estando al lado la calamidad de las UCI. La palabra se desprendió del prefijo in, y entramos en la era de la dependencia. Los mayores pasamos a ser dependientes, unos más que otros, y de esa forma de depender de los demás dependía no sólo la vida de miles de ancianos internados en residencias desmanteladas, sino la subsistencia, en cualquier lugar, de los que aún nos valemos por nosotros mismos. Morían muchos sin que les llegara el remedio, mientras seres humanos con batas de patchwork improvisado trabajaban por la salud de todos bajo el aplauso sincero de los balcones. En el anfiteatro de los Parlamentos las ovaciones iban mejor trajeadas y por color ideológico; la prioridad allí era una palabra menguante que se queda en pendencia. De todas las miserias de lo vivido y del dolor causado por esta pesadilla del corona-virus, el talante pendenciero de los partidos de la Oposición se recordará en España mientras haya memoria.
Nuestro porvenir político y sanitario pende hoy de tres letras. El verano, naturalmente caluroso, tiene algo antinatura: en las playas, más que sombrillas hay sombras, los niños no le temen al mar, los adultos buscamos de nuevo el deber y el placer sabiendo el peligro que esconden. Cumplido el rito del DEP no hay que hacer de ese acrónimo fúnebre la última palabra. Demos descanso sin olvido a quienes sucumbieron y descansemos nosotros en paz sobre una tierra a la que deberíamos darle un respiro, quitándole las vestiduras falsas que la asfixian y ensucian.