Vicente Molina Foix
Como disyunción o como pregunta, esos dos términos acechan a todo escritor con veleidades fílmicas, sean pasivamente cinéfilas o sean más activas. El primer registro se ha hecho muy amplio desde los tiempos en que yo era un ‘joven turco’ de la crítica especializada, rodeado de chicos todos en torno a los 20 años y todos poetas (entonces la crítica cinematográfica hecha por chicas era una entelequia, o como mucho un desideratum). Escritores cinéfilos ‘mayores’ se contaban con los dedos de una sola extremidad, y los modelos literarios vivos que teníamos a mano no eran en absoluto proclives a esa operación de equidad estética que para nosotros resultaba natural: poner en el mismo altar del ‘walhalla’ estético a Rilke y a Fritz Lang, a Montale y a Rosellini, a Proust y a Bresson, a Faulkner y a John Ford. Para nuestros maestros, Juan Benet, Gil de Biedma, Barral, García Hortelano, Claudio Rodríguez, la cinematografía era poco más que un arte aplicada, a la altura del diseño de muebles o la filatelia, y sólo el ‘western’ despertaba (en Benet, sobre todo) una leve emoción épica, teñida de distanciamiento irónico.
Hoy ya no es así, y los escritores, unos por cautela y otros sinceramente, conviven con el cine, cuentan con él en su repertorio imaginativo, van incluso asiduamente a las salas de exhibición, y nadie se escandaliza en una cena de novelistas (como a mí me pasó de adolescente) si se menciona con reverencia el nombre de un cineasta taiwanés o turco que acaba de estrenar una película tan buena o más que el último libro de Coetzee o Echenoz.
Y luego está la segunda y más rebuscada categoría, a la que -sin yo haberlo previsto en los treinta últimos años de mi vida- me veo ahora perteneciendo de modo creciente: la categoría del escritor que se acerca al cine con la intención de tomárselo tan a pecho que acaba haciéndolo él mismo, no ya como guionista sino como director. Estoy tranquilo, a ese respecto, cuando quedan sólo unos días para lo que antes se llamaba la primera vuelta de manivela de mi segunda película, porque también ahí tengo precedentes o contemporáneos de gran solvencia, que actúan como colchón (si no como inspiración) en el salto mortal que es siempre rodar con un amplio equipo de actores y técnicos. Pasolini (un guía siempre para mí, en todo lo que hizo), Cocteau, Genet, Edgar Neville, Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Samuel Beckett, Susan Sontag, Gonzalo Suárez, Paul Auster. Algunos ejemplos, unos más persistentes tras la cámara que otros, de esta rara voluntad de no contraponer excluyentemente el cine a la literatura, que para ellos, y por tanto para mí, dejan de ser hermanos regañones o amantes furtivos, convirtiéndose en formas paralelas -aunque no similares- de contar historias.