Vicente Molina Foix
Tiene más de noventa años y lleva una hermosa trenza grecolatina circundándole el cráneo, en una mezcla de coquetería y pronunciamiento: la trenza no nace naturalmente de su cabeza, sino de su voluntad intempestiva. ‘La pasión según Carol Rama’ es la mejor exposición que he visto este año que acaba (aunque estará en el MACBA de Barcelona hasta finales de febrero), la más desasosegante, la más sugestiva y reveladora, pues nos revela la belleza convulsa de esta artista a la vez que nos recuerda una de las promesas de salvación que hay en el arte: la existencia callada de genios malditos, y la persistencia de quienes les encuentran y sacan a la luz.
Sin embargo, el malditismo de esta turinesa de buena familia nacida en 1918 es peculiar. No hablamos aquí de miseria, de aislamiento, aunque sí de persecución, ya que sus primeras acuarelas figurativas de los años 1930/1940, expuestas en 1945 bajo su verdadero nombre de Olga Carolina Rama, fueron censuradas por el aún vigente gobierno ‘mussoliniano’. Hoy deslumbran al visitante en la primera sala del MACBA, y se entiende la prohibición fascista: cuerpos deseantes, mujeres en el ejercicio de su placer, animalitos que se convierten en extensas vergas, las vías urinarias del pecado. Un arte bruto realizado con refinamiento supremo y colores de sueño.
Su carrera continuó después de la guerra, y puede verse en la exposición (que es enorme pero nunca decepciona) que la artista que a partir de 1950 se llamó Carol Rama fue siempre de su tiempo, es decir, conocedora y seguidora de las vanguardias que le correspondían, aunque su vanguardismo, y ahí radica su genialidad, no es programático ni sectario. Se alistó al llamado Movimiento de Arte Concreto (MAC) y se fatigó de las geometrías, experimentó, al lado de los poetas del grupo de I Novissimi, sobre todo Nanni Balestrini y Edoardo Sanguineti, con sus poemas visuales y ‘Bricolages’, pasando después a un original ‘arte povera’ en el que junto a los materiales como el caucho, la piel sin curtir o la arpillera, despuntan sus amenazantes uñas, pestañas, dientes, como signos orgánicos de un desorden. Rama estuvo presente en todos los ‘ismos’, se fotografió al lado de Man Ray y Andy Warhol, no parece haber descansado nunca, pero las historias del arte y los museos la ignoraron hasta que en el año 2003 la Bienal de Venecia le concedió su León de Oro. Las comisarias de la muestra, Beatriz Preciado y Teresa Grandas, que han hecho junto a Anne Dressen un excelente trabajo, lo achacan a la exclusión femenina del cánon. Sin duda, pero también se la olvidó por algo más: la rareza, la multiplicidad, la osadía sexual y escatológica, su estado vacante.
Lo de vacante nos lleva, por asociación sonora, a la definición que Carol Rama dio de sí misma en los años 1990 como "mucca pazza", es decir, vaca loca. La encefalopatía esfongiforme de esos mamíferos, tan temida, era en ella una manera no-enferma de vacar, de ser libre. En su serie de autorretratos de aquel periodo, en que la vaca loca produce unas anatomías desbordadas y lujuriosas, "yo era la vaca loca", proclamaba Rama, "y eso me ha hecho gozar, gozar de manera extraordinaria".