Sergio Ramírez
Acaba de irse el gordito que habla con las computadoras cuando suena el teléfono y la voz femenina comienza a recitar sin previo aviso las ventajas que me ofrece la compañía de celulares a la que estoy suscrito, llamadas a mitad de precio a Costa Rica y el resto de Centroamérica si se realizan en las horas nocturnas y los fines de semana, una tarifa especial sin límite de tiempo propia para las comunicaciones familiares.
Son una verdadera plaga esas letanías de voces mecánicas orquestadas por las computadoras, y que con su distante y frío martilleo artificial quieren sustituir el encanto de los registros sensuales de la voz verdadera de la mujer. Corto siempre esas llamadas apenas las voces falsas comienzan a buscar como endulzar mi oído reacio, además, a las ofertas comerciales en plenas horas de trabajo creativo.
Pero esta vez tengo dudas. La voz, a pesar de que corre con prisa, deja oír cierto jadeo y cierta vacilación que no es propia de la falsa perfección de lo falso, y la interrumpo. “¿Usted es de verdad?”, le digo. “¿Cómo?”, responde, asustada. Y entonces sé que he acertado, y me lleno de alegría. No se trata de una maquinita sin entrañas. Hay un alma en esa voz.
“Pensé que era una de esas grabaciones, qué dicha que usted es de carne y hueso”, le digo. Pero lejos de compartir mi gozo, y reírse, como espero, sólo me dice “buenos días”, en tono hosco, y cuelga.