Sergio Ramírez
Nadie a estas alturas, cualquiera que sea su color político, cambiaría esa democracia ni por una dictadura militar de derecha, ni por otra de izquierda inspirada en la majestad omnímoda de un partido. Imperfecta como es, envilecida desgraciadamente por la corrupción tantas veces sin castigo, y amenazada por el autoritarismo, la democracia se ha vuelto insustituible.
Las figuras de Daniel Ortega, caudillo sandinista, y la de Arnoldo Alemán, caudillo liberal, oscurecen las perspectivas democráticas de Nicaragua porque conformen sus pactos vedan toda participación política que no sea la de sus propios partidos; y porque esos mismos pactos alimentan los repartos de poder, facilitan la manipulación de los tribunales de justicia, e impiden el desarrollo institucional, vienen a ser también responsables de la corrupción.
La perspectiva desgraciada es que hoy, Ortega pretende reformar la Constitución para reelegirse como presidente de manera indefinida, y para ello contará con el apoyo de Alemán.
La ambición de reelección por parte de Ortega, y el fraude electoral en las elecciones municipales del año pasado, que arrebató Managua y 3º importantes municipios más a la oposición, habla con claridad de cuál puede ser el futuro de la democracia en Nicaragua. Y lo mismo los embates para convertir a la Policía Nacional en un instrumento personal del poder de Ortega, de lo que se ha librado hasta ahora junto con el Ejército, instituciones que han sido de conducta ejemplar.
Por el momento, este Frente Sandinista de líderes envejecidos, aunque dueño de un respetable poder de convocatoria popular, ha dejado de encarnar cualquier idea de revolución. La revolución que llevó a empeñar su vida en acciones audaces a héroes anónimos como Manuel Salvador Gómez, "El Chirizo".