Sergio Ramírez
La Managua diurna bulle en el Mercado Oriental. Un fervoroso hormiguero de comerciantes ambulantes, compradores, agentes de lotería, cargadores de mercancías, prostitutas, chulos, ladrones, bajo el solazo a cuarenta grados a la sombra, confusión, maleficio, bisneros, bullaranga, fritanga. El Mercado Oriental es la bolsa de Managua, una bolsa desarrapada, un centro financiero descalzo. Allí se consuman todas las transacciones, se tasan todos los precios, y entre sus infinitos callejones se compra desde un manojo de cebollas y un saco de papas, o una caja de filetes de res de exportación, o una ración de marihuana, una papeleta de cocaína, hasta un televisor a colores de treinta pulgadas, o una computadora de última generación a precios de contrabando.
Por la noche, cuando el Mercado Oriental entra en las sombras, todo huele a fruta y verduras podridas, porque lo que no se logró vender, va a dar a los depósitos de basura. Mañana, toneladas de repollos, tomates, naranjas, plátanos, que comienzan a pudrirse, estarán siendo botados por los camiones de volquete en los basurales de La Chureca, junto a las aguas muertas del lago Xolotlán. Basura. Montañas de basura sobrevoladas por los zopilotes. Legiones de desocupados, familias enteras, buscan entre los deshechos, antes de que los buldózeres terminen de aplanarlo todo, mientras son filmados de lejos por extranjeros compasivos, o buscadores de fotos para un premio.