
Sergio Ramírez
Termino esta serie acerca de Carlos Fuentes, pero habré de seguir otra vez porque tengo bastante más que decir, con mis respuestas a los dos últimas preguntas de la periodista del diario Reforma de la ciudad de México, Silvia Isabel Gámez:
Cabrera Infante dijo en una entrevista, socarrón, que estaba endeudado con Fuentes porque le permitió saber que existían las máquinas de afeitar sin cables, con pilas. ¿Tiene usted alguna deuda así de confesable, de vida o literaria, con Fuentes?
Me enseñó que puede estar ocupado en mil cosas y de pronto, saca del sombrero el conejo de la generosidad: en el año 1998, el mismo día en que iba Fuentes a recibir en Alcalá de Henares el Premio Cervantes, apareció una página entera en El País con un entusiasta comentario suyo sobre mi novela Castigo Divino, que yo estaba presentando en Madrid. Eso es mucho más que la rasuradora sin cables.
Para terminar el retrato, y ya no fatigarlo, dígame: ¿qué cree que permanece oculto bajo el retrato público de Fuentes, qué aspecto del hombre no ha sido mostrado?
El dolor por la muerte de sus dos hijos, que es otra piel suya, y no hay cambio de piel en eso.