
Sergio Ramírez
En Nicaragua no existen casos judiciales que no estén sujetos a las ordenanzas del poder matrimonial de los esposos Ortega. Cualquier clase de asunto que se ventile en los juzgados y en las cortes, puede ser usado en cualquier momento como chantaje, para dominar voluntades díscolas, para alinear a inconformes, o como acto de venganza política, sin pararse a mirar la calidad ni la fama del agredido. El sentimiento de venganza, es más fuerte que el de la cordura.
Es lo que acaba de suceder con Ernesto Cardenal, el más grande los poetas contemporáneos de Nicaragua, quien ha sido condenado en un viejo juicio por injurias, revivido para castigarle, porque en su reciente viaje a Paraguay, invitado a la toma de posesión del presidente Lugo, criticó a Ortega y a su esposa tal como el poeta suele hacerlo, sin tapujos.
Se trataba de una acusación judicial absurda contra Cardenal, llevada a los juzgados hace años por un ciudadano alemán que rentaba un hotel perteneciente a la comunidad de Solentiname, que el poeta fundó, pero en todo caso, ventilado como un asunto privado. Tan absurda vio la acusación la jueza de primera instancia, que en un raro acto de independencia la desechó, absolviendo al poeta de toda culpa.
El acusador recurrió a otro juez de categoría superior, y tres años después de hallarse archivada la causa, las órdenes llegaron prestas desde las alturas matrimoniales: procédase a revocar la absolución, y díctese la respectiva condena, orden que fue cumplida sin dilaciones.
¿Sabe el juez quién es Ernesto Cardenal? No creo que le importe. Lo único que sabe es que debe cumplir las órdenes que recibe.