Sergio Ramírez
Siempre se regresa a la idea de la felicidad perdida, que fue nuestro reino de un instante en este mundo. La pérdida del reino que estaba para mí, y el sueño que es mi vida desde que yo nací, te advierte Rubén, porque el demonio, en disfraz de gran perro de lanas, la pelambre tiznada por el hollín de la chimenea de la taberna, como en la escena de Fausto, siempre te tentará a volver a empezar, con un rictus de mezquindad sardónica en el hocico, tentándote a volar sobre los techos para que veas cómo es el mundo placentero que otra vez te estás perdiendo porque se te fue la juventud, y que siempre está allí como un paisaje extendido entre el aire nocturno, el jolgorio de las tabernas y el lecho revuelto donde siempre quedará impresa la huella leve de un cuerpo. La mejor promesa del demonio es que de nuevo te hará joven.
Te dará la felicidad de la carne que tientas con sus frescos racimos, vuelvo a Rubén. ¿Y la muerte que aguarda con sus fúnebres ramos?, vuelvo también a Rubén. La felicidad que no es entonces sino el regreso a la fementida juventud donde siempre fuiste dichoso, donde todo lo intentaste, donde soñaste todos los sueños y despertaste a todos los desvelos y por eso mismo alguien que huele a azufre te la ofrece de nuevo.