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Un cañonazo abortado

Por 4 de septiembre de 2025 Sin comentarios

Rubén Darío (1867-1916)

Sergio Ramírez

 

Los golpes de estado han abundado en la historia latinoamericana, encabezados por generales de botas altas y casacas engalonadas que derrocan a otros generales, no pocas veces compadres suyos, o parientes cercanos. De esos cuartelazos nace el tirano esperpéntico que trajo a la literatura Valle Inclán en Tirano Banderas, y que dio paso a la novela de los dictadores. Y los golpes de estado y las dictaduras han estado ligados a la vida de los escritores.

En 1890 Rubén Darío vivía en El Salvador, donde a los 23 años dirigía el periódico oficial La Unión, cuando en el mes de junio de ese año, el general Carlos Basilio Ezeta, que usaba casco prusiano terminado en pincho, como todo un Kaiser, depuso a su íntimo amigo y protector, el presidente Francisco Menéndez, quien murió de un infarto al conocer la traición. Cayó fulminado en pleno salón de fiestas, pues esa noche se celebraba un baile de gala a en la casa presidencial.

Darío, quien acababa de casarse con Rafaela Contreras, huyó a Guatemala temiendo la persecución de Ezeta, pues era cercano a Meléndez. Al no más llegar fue llamado por el presidente, el general Lisandro Barillas, para que le diera cuenta de los sucesos, y lo nombró de inmediato director de un nuevo periódico, El correo de la tarde.

En su autobiografía cuenta el poeta que durante su estancia en Guatemala se hizo amigo de parrandas del general Cayetano Sánchez, uno de los líderes de la revolución liberal de 1871, y hombre de confianza del presidente Barillas, “militar temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico”.

Entre los cófrades parranderos se hallaba también el poeta cubano José Joaquín Palma, quien desde el año 1868 se había incorporado a la lucha por la independencia de su patria, y fue ayudante de campo del prócer Carlos Manuel de Céspedes a partir del levantamiento de La Damajagua. Amigo íntimo de José Martí, para esa época vivía exiliado en Guatemala, donde ganó el concurso para componer la letra del himno nacional.

“Una noche de luna habíamos sido invitados varios amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco don José Leonard, y el poeta Palma a una cena en el castillo de San José”, cuenta Darío. “Nos fueron servidos platos criollos, especialmente uno llamado «chojín», que por cierto nos fue preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante, cuya base es el rábano”.

Se trataba de una celebración en toda regla, con abundancia de aguardientes; al final, se pasó al coñac, del que bebieron no pocas botellas. “Todos estábamos más que alegres”, relata Rubén, “pero al general Sánchez se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién manda esta pieza de artillería?», y señaló un enorme cañón. Se presentó el oficial y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las torres de la catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente capaz de todo, comprendimos que el momento era grave”.

Fue al poeta Palma a quien se le ocurrió una idea salvadora. Propuso que se improvisaran versos alusivos al hecho del inminente cañonazo, y que mientras tanto se trajeran más botellas de coñac. “Todos comprendimos”, dice Rubén, “y heroicamente nos fuimos ingurgitando sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez. Él y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo después, tuvo un triste y trágico fin.”

El chojín es una ensalada típica de la cocina guatemalteca, que, como afirma Darío, se prepara en base a rábanos cortados en rodajas delgadas, hojas de menta picadas, chicharrones de cerdo desmenuzados, y jugo de naranja dulce y de limón; un plato picante pero incapaz, por sí mismo, de alentar humores bélicos, de no mediar los alcoholes; el general Sánchez, como se ve, era hombre de tomar, y de armas tomar. No hay noticia de cuál fue ese trágico fin suyo, pero no sería extraño que lo hubieran matado a balazos en alguna reyerta de la cual la poesía no pudo ya salvarlo.

Imaginemos todo lo que ya había bebido el general, y todo lo que bebió, hasta caer redondo, esa noche de luna en que vio en las torres de la catedral el mejor de los blancos, y entre los vapores etílicos pensó que al derribarla se cubriría de gloria. Y lo que bebieron los demás, según Darío como un sacrificio heroico, o sacrificio táctico, para evitar la hecatombe.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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