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Prohibido hablar, prohibido reírse.

Por 21 de enero de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

El asalto despiadado contra Charlie Hebdo pasó hace ya algunas semanas, pero nunca se llega tarde a esta clase de acontecimientos. Se trata de un ataque a la libertad de expresión y un ataque a la libertad de reírse, perpetrado desde las oscuras cavernas de la ignorancia fundamentalista que se profesa como religión, porque la ignorancia también llega a ser una profesión de fe.

La indignación ha estallado por todas partes, algo saludable en un mundo donde todos los días vemos amenazada la libertad de palabra. Periodistas decapitados por denunciar a los traficantes de drogas, y perseguidos y encarcelados por exponer los actos de corrupción gubernamental; diarios y revistas que se cierran por temor ante la represión, o por amenazas, o porque los gobiernos les quitan o restringen el acceso al papel de imprenta, o la publicidad oficial; estaciones de radio y televisión compradas por el poder, para acallarlas o mediatizarlas. Todas son formas de intolerancia, tanto como la intolerancia religiosa.

Pero comenzamos a escuchar voces que nos preguntan si los redactores y caricaturistas de Charlie Hebdo no debieron ser más moderados. Nos dicen que si se han abstenido de burlarse de Mahoma, porque todas las religiones merecen respeto, esa tragedia se habría evitado. O sea, que estaba en manos de las propias víctimas quitarse del riesgo de ser asesinadas, con solo hacer uso del buen juicio. ¿Por qué caer en actos de provocación, si uno sabe que en eso le va la vida?

Esas reflexiones sobre la prudencia desbordan la infamia de los asesinatos de París, y se extienden a todo el oscuro territorio de la libertad de expresión, amenazada en tantas partes. ¿Por qué un periodista de esos que son asesinados en Honduras o en México, no piensa mejor en la familia que va a dejar desamparada, antes de exponerse, con sus pertinaces denuncias, a la ira de los narcotraficantes o de los pandilleros? ¿Por qué mejor no se quedan callados los medios de comunicación que hacen revelaciones peligrosas para que no les pongan una bomba? ¿Por qué no guardan silencio los periódicos a quienes reprimen negándoles papel, y así tendrán suficiente para imprimir todo lo que quieran, menos aquellos que al poder no le gusta?

Si se trata de una fiera que ya sabemos que es peligrosa, que tiene colmillos afilados, y no entienden ni de chistes ni de bromas, ¿la sensatez no nos indica que no debemos provocarla, ni burlarnos de ella, ni reírnos en sus narices? Estos razonamientos son parecidos a los que se usan para eximir de culpa de los agresores sexuales. ¿No harían mejor las mujeres en vestirse de manera recatada, en lugar de usar provocativos escotes, o minifaldas atrevidas? Son ellas las que los incitan al pecado, y después no deberían quejarse si las violan.

Si esta lógica de la cobardía prosperara, estaríamos aceptando que la libertad de expresión debe ser cedida por partes, según la sensatez lo vaya dictando, y luego, cuando abriéramos los ojos, nos daríamos cuenta que la hemos cedido toda, y la hemos dejado en manos de quienes, gracias a nuestra prudencia, la estarían ahora administrando: los fanáticos que sólo saben leer en las páginas en blanco del libro de la ignorancia. Los capos del narcotráfico. Los autócratas que tienen proyectos de redención para sus pueblos, y a quienes la palabra libre estorba sus planes.

Y habríamos cedido también el saludable derecho de reírnos en público. De reírnos de las ideas fijas y solemnes, de los personajes pomposos, de las ridiculeces y de las iniquidades del poder, de los políticos corruptos, de los oropeles y fastos con que se visten los reyes del narcotráfico y sus acólitos. Permitiríamos ser expulsados del mundo de la risa, que es por naturaleza irreverente.

No hay risas reglamentadas. Y como la risa es un don creativo, también los administradores de nuestra libertad nos exigirían entregar el resto de nuestras potestades creativas. Escribir sólo aquellas novelas que no ofendan al Dios autoritario que los extremistas tienen en sus cabezas; no más caricaturas, canciones ni películas opuestas a la fe de otros, que debemos respetar al precio de pagarles el tributo del silencio.

Un escritor argelino, Kamel Daoud, se está viendo en esas ahora mismo, después de la publicación de su novela Meursault, Contra-investigación, candidata en Francia al premio Goncourt. Un clérigo salafista del grupo Frente Despertar Islámico, nada versado en literatura, llamó a la ejecución del novelista "por la guerra que está instigando contra Dios y el profeta".

Ahora Daoud se halla bajo amenaza de muerte, aunque la solución, para su tranquilidad, hubiera sido presentar primero su libro a la censura de un imán que apenas sabe leer, a fin de que suprimiera lo que no fuera de su gusto. Y los caricaturistas de Charlie Hebdo estarían vivos si hubieran hecho lo mismo, someter sus dibujos a los dueños de la sanidad religiosa, que no entienden de bromas ni de risas.

Así viviríamos todos felices, serios y callados, contemplando en la pared de nuestras celdas mentales el rótulo PROHIBIDO HABLAR, PROHIBIDO REÍRSE.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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