Sergio Ramírez
Solemos ignorar que el Rubén Darío cronista resulta más abundante que el Rubén Darío poeta: dos tercios de sus escritos fueron artículos de prensa. Debía enviar a La Nación cuatro piezas al mes, su "trabajo diario, preciso y fatal", y sólo esas crónicas suman más de seiscientas, además de las que aparecieron en tantos otros periódicos y revistas de América y de España.
Y no sólo fue abundante, sino novedoso. Innovador. Al fundar un nuevo lenguaje literario, funda también una nueva manera de relatar los hechos en la prensa, aproximándose a ellos con gracia y precisión, y convirtiendo la crónica en un género atractivo para miles de lectores.
Entre las últimas sobresalen las que escribió sobre la I Guerra Mundial, que estalló en julio de 1914, y el 25 de octubre de ese año, sumido en la pobreza, partió desde Barcelona hacia Nueva York, empeñado en una gira americana de conferencias a favor de la paz, que fue desde el principio un fracaso.
En febrero de 1915 enfermó gravemente de pulmonía y fue internado en el French Hospital, desde donde escribió Apuntaciones de hospital, que es ya una premonición de su cercana muerte: "y los momentos pasan suaves y animados, hasta hacerme olvidar donde me encuentro, y que he tenido a la Lívida, envuelta en su misterioso sudario blanco, sentada a mi cabecera".
Esa sería la final, que no fue publicada en La Nación sino en agosto de ese mismo año, cuando ya se encontraba en Guatemala, adonde había aceptado marcharse invitado por el siniestro dictador Manuel Estrada Cabrera, porque sin recursos no tenía manera de llegar hasta Argentina, como era su deseo. Y a los pocos meses, ya de vuelta en Nicaragua, murió en León el 6 de febrero de 1916.
Desaparecida la generación modernista de Rubén, la crónica se apagó como género literario, hasta que a mediados del siglo veinte otro cronista prodigioso, Gabriel García Márquez, la rescató, de nuevo con un lenguaje de invención propia en el que hay magia en el uso de las palabras, gracia e ironía, y, por supuesto, conocimiento a fondo de los temas, con precisión de detalles. Igual que en Rubén.
En este siglo veintiuno, cuando la crónica recupera el terreno que había perdido, para convertirse en un espejo lúcido de los hechos contemporáneos, y reivindica su dimensión literaria, no hay duda que el espacio múltiple que le abrió el modernismo dariano, capaz de penetrar en todos los escenarios de la vida diaria y explorarlos sin concesiones, vuelve a estar presente.
Como Rubén mismo lo dijo: "no mueren las ideas porque tengamos que escribir del hecho común, o que comentar el suceso de ayer, nacen las ideas por eso mismo".