Sergio Ramírez
Con motivo de la visita sorpresiva del canciller Lavrov, un periodista me preguntó que pensaba yo de la instalación de una base militar rusa en territorio de Nicaragua; algunos opinaban, me dijo, que quienes se oponían era porque se trataba de una base rusa, pero no dirían nada si se tratara de una base de Estados Unidos. El argumento suena a falacia de la vieja guerra fría, porque no somos pocos los que en mi país estamos en contra de las bases militares extranjeras, sean de la potencia que sean.
En febrero, el ministro de Defensa, general Shoigú, anunció que se estaba negociando la instalación de bases en Venezuela, Cuba y Nicaragua para el equipamiento, mantenimiento y abastecimiento de la flota área rusa en Latinoamérica. La declaración fue hecha en Moscú, y en Managua se guardó absoluto silencio.
Lavrov se fue tras reunirse con Ortega sin que aún se anunciara ningún compromiso referente a la base militar; simplemente dijo que en "situaciones bastante complicadas es importante sincronizar el reloj con nuestros aliados". Y Ortega aprovechó para revelar un misterioso acuerdo sobre "la exploración del espacio ultraterrestre para fines pacíficos". ¿Vamos a averiguar junto con los rusos si hay vida en Marte?
El visitante recibió el apoyo explícito de Ortega ante "la situación bastante complicada", que no es otra que la apropiación de la parte oriental de Ucrania, cuando dijo: "Nicaragua ha respaldado y continúa respaldando la decisión de la Federación Rusa para encontrar una salida a los focos que se han presentado en Siria y Ucrania".
Los vínculos de Ortega con Putin son más que estrechos. Cuando los territorios de Abjasia y Osetia del Sur fueron arrancados a Georgia, y Moscú los proclamó en 2008 países independientes después de intervenirlos militarmente, Nicaragua les otorgó reconocimiento diplomático, junto a las repúblicas de Nauru y Tuvalu. Y Venezuela. Cuatro países en total entre toda la comunidad mundial.
Nauru, un islote de Micronesia, tiene 21 kilómetros cuadrados y 13 mil habitantes. Tuvalu, en Polinesia, consta de 4 arrecifes de coral y 5 atolones, con 25 kilómetros cuadrados y 11 mil habitantes; su altura sobre el nivel del mar es de 5 metros, de modo que se halla bajo la amenaza de dejar de existir ante un ascenso del nivel del mar.
En su designio de cercenar el territorio de Ucrania, Rusia ha abierto un nuevo capítulo de la guerra fría. Si un país como Nicaragua apoya esas políticas imperiales aplicadas antes a Abjasia y a Osetia del Sur y ahora a los territorios "rusos" de Ucrania, ¿no debería también apoyar a Inglaterra en su apropiación imperial de las islas Malvinas? El alegato es el mismo, allí viven ciudadanos británicos que se amparan bajo la bandera británica, y como son la mayoría, pueden decidir ser parte de Inglaterra por su libre voluntad votando en un plebiscito.
Es lo que Rusia dispuso para sellar la invasión silenciosa a Crimea, y es lo que se prepara a hacer ahora en los territorios orientales de Ucrania: que se convoque un plebiscito, mientras las milicias pro-rusas se hacen con el control militar. Y es lo mismo que hizo el tercer Reich para arrancar Bohemia, Moravia y Silesia a Checoeslovaquia. Para justificar la invasión, Hitler creó el Partido Alemán de los Sudetes. Y allí también se dio un plebiscito.
Rusia busca aliados complacientes en América Latina. Ya los tiene, Nicaragua uno de ellos. La pregunta es qué papel juega un país pobre y pequeño en este nuevo escenario de la guerra fría, tan lejano y ajeno, y qué papel nos ha asignado Rusia en su juego de pretensiones hegemónicas. Como si no tuviéramos ya suficiente con el que nos vimos obligados a representar en la década de los ochenta del siglo pasado, cuando terminamos desangrados por la guerra civil más larga y costosa de nuestra historia.